El inicio de una bonita amistad


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En el año 2005 me trasladé a Buenos Aires por motivos laborales, alquilé un departamento en el centro. Residiendo en solitario comencé a descubrir mi faceta femenina, adquiriendo lencería y conociendo personas a través de salas de chat. Al principio todo se limitaba a conversaciones en línea, pero dentro de esos contactos encontré individuos con gustos e intereses similares a los míos. Fuimos entablando amistades. Organizábamos encuentros para vestirnos y maquillarnos. Compartíamos consejos para lucir más femeninas... En ocasiones la situación se volvía más sensual y acabábamos en la cama... pero mayormente hablábamos de hombres y de nuestras conversaciones en línea. Así es como el grupo fue creciendo y comenzamos a tener reuniones y salidas en conjunto, las cuales, por cierto, resultaban muy divertidas.

Los viernes solíamos reunirnos en el hogar de Soraya (mi amiga crossdresser) y su pareja Juan. También asistían Cristina y Vanesa, otras dos chicas crossdresser. En mi caso, aún no me sentía cómodo mostrando toda mi feminidad en público, pero aún así solía vestirme de forma más femenina de lo común.

Soraya y Juan llevan varios años juntos, y teníamos la costumbre de hacer una previa en su casa antes de salir a bailar. Juan es un hombre de gran estatura, muy bien dotado y fogoso. Por eso, todas habíamos tenido algún encuentro con él y Soraya, pero esa no es la historia que nos convoca en este relato.

Esa noche íbamos a un nuevo club en Palermo. Juan nos llevó y nos dejó a dos cuadras del lugar. A mis amigas siempre les emociona exhibirse de esa manera, pues forma parte de la salida. Ya en la entrada, los porteros llamaron a las chicas para permitirles el acceso, y al verme a mí me detuvieron solicitándome que abonara la entrada. Mis amigas les explicaron que era una mujer disfrazada de hombre y lograron convencerlos, entre miradas escépticas y promesas.

Yo llevaba puestos unos vaqueros negros ajustados que resaltaban mi figura, una camiseta sin mangas blanca ceñida que destacaba mis pezones y unas alpargatas rosas. Por supuesto, debajo llevaba una tanga negra adquirida ese mismo día. Con una estatura de 1,78 m, lucía el cabello con un corte en la nuca y un pesado mechón que caía sobre mi rostro. También me habían maquillado los ojos y los labios.

La pista estaba abarrotada de personas bailando, saltando y gritando. Había mucha euforia y alegría. Nosotras bailábamos en grupo entre risas y tragos. En un instante, sentí una mano acariciando mis glúteos y un susurro en mi oído que decía "Hola, cariño". Me volteé para ver quién me hablaba. Era un hombre de 1,90 m con rizos y ojos verdes, con algunos botones de la camisa desabrochados que dejaban entrever un pecho peludo. Me quedé mirándolo sorprendido al ver cómo desaparecía la sonrisa de su rostro.

De inmediato me susurró al oído:

–Disculpa, creí que eras una amiga mía por un instante...

–No hay problema –respondí mientras lo miraba directamente a los ojos, los cuales me observaban fijamente.

Me escrutaba de arriba abajo con una expresión de asombro...

–¿Me veo bien? –le pregunté

–Mucho –fue su respuesta...

Acerco nuevamente su boca a mi oído y me dice...

–Qué agradable equivocación cometí... ¿te gustaría tomar algo? Yo invito...

Miré a mis amigas, quienes estaban sorprendidas e intrigadas, les guiñé un ojo y luego tomé la mano de mi nuevo acompañante y le dije –¡Sí, vamos!

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