Heber el vástago del encargado


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Tras la reunión de consorcio a mediados de junio, donde los dueños votamos por un cambio de administración, despidiendo al antiguo encargado debido a sus múltiples errores y contratando a uno nuevo, y tras realizar una contribución al fondo común para cubrir gastos extraordinarios, finalmente se logró seleccionar a un encargado distinto. Este, a diferencia de sus dos predecesores, está casado, es originario de un pequeño pueblo del norte del país, y lleva 30 años residiendo en Buenos Aires. Su esposa parece ser muy amable y educada, y generalmente es quien lo guía en las labores pendientes y en las correcciones a realizar.

Tienen un hijo de 23 años, de estatura baja (1.60 m), piel morena, delgado, quien según lo que nos contaron, fue el primero en la familia en asistir a la universidad, estudiando para Contador. Aunque lo he visto de lejos, parece ser bastante reservado y poco dado a socializar.

Las semanas transcurrían, y los propietarios seguíamos de cerca a esta nueva familia. El edificio es amplio, con los garajes en una calle, la entrada en otra, la caseta de seguridad, un pequeño jardín con plantas; el antiguo encargado descuidaba la mayoría de estas áreas, y las quejas acerca de la suciedad o falta de limpieza en los espacios comunes eran constantes.

En una tarde de sábado, regresaba sudado del gimnasio, vistiendo una ajustada remera roja y un short ceñido al cuerpo, con mi bolso. Al ascender a mi piso en el sexto, en el segundo se detiene y sube el hijo del encargado. Llevaba consigo una bolsa de basura en una mano, una escoba en la otra, vistiendo una remera blanca, pantalón azul oscuro y zapatillas, con una expresión seria en el rostro. Al verlo, le sonreí y le saludé: ¡Buenas tardes! Mientras me acomodaba el cabello frente al espejo del ascensor.

Me escudriñó de arriba abajo (siendo yo alto, mido más de 1.80 m) y me dijo: Hola, Buenas tardes. ¿Sube usted, verdad?

Sí, respondí, voy al sexto.

Ah, entiendo. Yo necesito ir a las cocheras.

De acuerdo, ya llegamos, es en el subsuelo, solo toca rápido el botón. ¡Hasta luego!

Al ingresar a mi departamento, quedé reflexionando sobre ese encuentro, ya que ese joven me recordaba al que solía limpiar mi oficina hace algunos años, Roger (puedes leer sobre él en mi perfil). Sin embargo, a diferencia de Roger, este chico no parecía pertenecer al mismo grupo.

Un par de semanas después, un domingo por la tarde, bajé con un conocido con el que ocasionalmente me encuentro para intimar cuando está por la zona y suele venir los sábados por la noche. Tras un encuentro íntimo salvaje, cena, más intimidad, dormir, intimidad, dormir, y nuevamente intimar, desayunamos. Como su parte posterior le dolía y estaba irritada, me realizó sexo oral hasta que alcanzó el clímax y se retiró. A este individuo se le notaba su preferencia. Al salir, me encontré con el hijo de los encargados sentado en la mesa de recepción, absorto en su teléfono móvil. Le saludé, pero él, sin apartar la vista de su celular, correspondió al saludo. Al ver que este joven para saludarme parecía ofrecer un beso en la mejilla, se retiró. Regresé al interior del edificio, observando a Heber, quien aparentaba estar un tanto sorprendido por lo ocurrido, y abordé el ascensor.

Al día siguiente, lunes, inicio de semana, me disponía a descender en el ascensor, y al hacer una parada en el sexto, me encontré con Heber sosteniendo la bolsa de basura y la escoba. Yo le dije: ¡Buen día! Él me miró de arriba abajo y respondió: Buenos días, señor.

Yo exclamé: ¿Cómo "señor"? Aún no he cumplido 40. Llámame Doctor, o simplemente Juan.

Él pidió disculpas, comentando: Pensé que era usted más mayor, con gesto de arrepentimiento mirando hacia abajo.

Respondí con risa: No hay problema, ¿cómo van los estudios? Tus padres me comentaron que estás siguiendo la carrera de Contador. Es estupendo que lo hagas. ¿En qué año estás?

Se abren

Las compuertas del elevador en el sótano se abrieron ya que necesitaba sacar el auto, y él me contestó que iría a la recepción.

Yo: acompáñame y me cuentas sobre tus estudios.

Él: Estoy en tercer año, me resulta complicado y estoy un poco atrasado. Me distraigo mucho y mis padres quieren que trabaje con ellos porque consideran que debo colaborar para ganar el dinero que me dan. Este edificio es muy grande y se pierde mucho tiempo.

Yo: como consuelo, lo tomo del hombro y le digo: si me das permiso, hablaré con tus padres para que entiendan que debes concentrarte en tus estudios. Antes una sola persona se encargaba del edificio, ahora son dos, no se necesitan 3 y menos si estás estudiando. Debes salir adelante. Cuando vuelva, hablaré con tus padres.

Él: Usted me dijo que era doctor, ¿verdad? ¿Es médico?

Yo: No, soy abogado y ahora debo ir a la oficina, tú debes estudiar para progresar. Nos vemos luego.

Me subí al auto y me fui. Heber parecía un chico frágil, molesto con sus padres y con una actitud peculiar.

Al regresar por la tarde al edificio, bajé del auto y subí al piso principal donde encontré a Don Aurelio, el padre de Heber, y les pregunté por qué había visto a Heber trabajando si los contratados para realizar esas tareas eran él y su esposa, no el chico.

A lo que me respondió, "sabe doctor, en mi pueblo es costumbre que cada uno se gane el dinero con esfuerzo, con el sudor de su frente, y a este chico le gusta la tecnología, le gusta tener dinero para sus estudios y salir de vez en cuando, por eso, si quiere dinero, nosotros se lo daremos pero debe trabajar."

Yo: Señor Aurelio, ese no era el acuerdo establecido en el contrato. El chico debería estar estudiando o trabajando por su propia voluntad en otro lugar que haya elegido. Como padres sabrán cuánto dinero le dan por el simple hecho de estar en la universidad, lo cual, según nos comentaron, lo convierte en el primero de varias generaciones en hacerlo. Por lo tanto, aquí en Capital Federal, Buenos Aires, las cosas son muy diferentes. Como abogado y miembro del consejo de propietarios, no quiero ver a ese chico realizando labores que usted y su esposa deberían llevar a cabo. Espero que esto haya quedado claro.

Por 3 o 4 días, no volví a ver a Heber. Un par de días después, saliendo en coche del edificio, lo vi cruzando la calle cerca de la parada de autobuses. Toqué la bocina, pero iba con auriculares. Continué mi camino.

Al día siguiente, al salir hacia el gimnasio, vi a Heber en el subsuelo hablando por teléfono. Le hice señas para que se acercara. Caminó hacia el auto mirando su celular, y le dije: ¡Hola! ¿Cómo estás?

Me respondió que no muy bien, ya que al no permitirle trabajar más en el edificio, solo le daban el dinero necesario para la universidad y no tenía crédito en su celular. Quería hablar con sus amigos y solo podía hacerlo desde el subsuelo, donde llegaba la señal del wifi público de la plaza cercana.

Le dije: concéntrate en tus estudios, te transferí $2000 pesos para que tengas saldo en tu celular y puedas usar datos. No tienes que devolverme nada, solo quiero que te enfoques en tus estudios. Si necesitas ayuda, ven a verme. Estoy en el 6º B. O si necesitas hablar, aquí estoy. Tus padres pueden tener opiniones distintas sobre cómo se vive en Buenos Aires, pero dale tiempo. Bien, me tengo que ir.

Él: Muchas gracias, doctor Juan.

Pasaron un par de días y no tuve noticias suyas. Como tenía su número registrado, le escribí ya que había quedado con el crédito en su teléfono.

por WhatsApp. ¿Cómo estás?

Después de unas horas, recibo su respuesta: ¿Quién es?

Le digo: Soy el doctor Juan del apartamento 6B.

Él responde: Ah, ¿cómo está usted doctor? Todo bien, saliendo de la casa de unos amigos.

Yo pregunto: ¿Ok, tuviste más problemas en casa?

Él dice: No, por ahora no.

Yo comento: Me alegra escuchar eso. Guarda mi número, escríbeme si necesitas algo.

Semanas después, me encuentro de nuevo con el chico con el que tengo encuentros esporádicos, y al verlo entrar, justo salía Heber. Yo le saludo: ¿Cómo estás?

Él, mirando mucho al otro chico, responde: Bien, bien, todo en orden. Me retiro.

Yo deseo: ¡Buena suerte! Avísame si necesitas algo.

Un domingo por la mañana, mientras me estaba duchando y el otro chico aún estaba en la cama, suenan el timbre. Un poco extrañado de que toquen el timbre un domingo a las 9:30 am, me cubro con la toalla, me seco rápido y miro por la mirilla de la puerta, solo alcanzo a ver una cabeza y que vuelven a tocar el timbre.

Abro lentamente y pregunto: ¿Sí? Ahhh, ¡Heber! ¿Está todo bien? ¿Qué sucede?

Heber se disculpa: "Doctor, le envié un mensaje por WhatsApp pero como no respondió, vine a verlo."

Yo pregunto: ¿Pero pasó algo malo? (tratando de no despertar al otro chico con mi voz baja)

Heber pregunta: Quería saber si tiene algún amigo o contacto que pueda dar clases particulares de matemáticas.

Abro un poco más la puerta, quedando solo cubierto por la toalla, y respondo: "Heber, qué susto. Mira, estuve ocupado y no miré el celular. Déjame pensar y te informo. Heber, atónito, con la mirada en mi cuerpo."

Él elogia: "Doctor, ¡qué cuerpo tiene usted! Perdón por mirarlo así, pero solo vi hombres como usted en la televisión."

Yo agradezco con una risa: "jajaja, gracias. Bueno, después hablamos, ahora debo cambiarme y más tarde responderé a tu mensaje."

Horas después, Heber estaba sentado en la mesa de recepción del hotel con su celular y me ve despedir a ese chico nuevamente.

Yo pregunto: ¿Qué tal, Heber? ¿Cómo estás?

Él cuestiona: ¿Ese chico es tu pareja?

Yo contesto riendo: jajaja, no, digamos que es un buen amigo.

Él pregunta: ¿Usted es de los hombres que tienen relaciones con hombres, verdad?

Yo asiento: Sí, soy gay, y ese chico también lo es. Digamos que somos amigos con beneficios.

Él comprende: Ah, ya veo, entiendo.

Yo le aseguro: Si quieres preguntarme algo, adelante, no tengo problema.

Él confiesa: Bueno, es que no he contado a mis padres porque sería difícil que lo entiendan. Pero, después de conocerlo a usted, me he sentido diferente, atraído por los hombres también. Usted me llamó mucho la atención.

Yo le aconsejo: Gracias, Heber, me siento halagado. Tienes que explorar, conocer chicos de tu edad y, con el tiempo, conocerás a más personas. Seguro en la universidad conocerás a mucha gente.

Él expresa su inseguridad: A veces me da miedo, pero otras veces me gustaría poder compartir algo con alguien. ¿Sabes? En Tucumán, en mi pueblo, tenía un chico con el que nos veíamos en secreto, cuando íbamos a visitar a la familia en las fiestas de fin de año. Éramos como tú y ese otro chico. Con él, dejé de ser virgen. Él siempre era activo y yo pasivo. Lo quería mucho y disfrutaba mucho del sexo. Era nuestro momento especial de la semana. Pero él empezó a salir con una chica y ya no nos vimos más.

Yo lamento su historia: Vaya, lamento escuchar eso. A varios chicos que han venido de fuera les ha pasado algo similar. Tranquilo, sal un poco más, conoce gente del ambiente y de tu edad, haz amigos. Verás que así conocerás a alguien que te guste mucho.

Él pregunta: ¿Usted no tiene amigos como usted?

Yo respondo: Jajaja, todos mis amigos son de mi edad, bastante mayores que tú, pero ve despacio con los de tu edad. Mis amigos tienen otros intereses.

Él comenta: Bueno, qué lástima. Usted es muy atractivo.

Yo agradezco: Jajaja, muchas gracias, Heber. Bueno, me tengo que ir al departamento. Hablamos luego.

Me interesaba. Qué momento y qué confesiones, sabía que este chico estaba ocultando algo. Y en realidad me tentaba hacerle cariñitos que quizás nunca le habían hecho. Sin embargo, por razones de mantener la distancia con sus padres, preferí retirarme y dejarlo pasar.

Después de un par de semanas sin encontrarnos y yo ocupada con mis cosas. Al llegar al edificio, vi a varios vecinos reunidos hablando con los padres de Heber. Dejé el coche en la cochera y subí por las escaleras hasta la recepción.

Saludos, ¿qué está sucediendo?

La vecina del 2º: ¿te parece? Estaba sacando unas cajas aquí al cuarto de reciclaje, y bajando con las cosas por las escaleras, me encuentro en el rellano al hijo de ellos, teniendo relaciones con otro chico. ¡Pero no se puede creer esto!

Yo: esperen un momento, son cosas de jóvenes, está mal lo que hizo, pero hablen con él, tranquilos, con calma. Él tal vez quiera contarles algo que no se atreve, y ustedes deben entenderlo.

La vecina: ¿pero no escuchaste lo que acabo de decir?

Yo: sí, escuché, de igual manera que hace un año todos escuchamos que el antiguo encargado tenía sus asuntos con la señora del 8vo en el cuarto de máquinas y nadie dijo nada, tardaron meses en despedirlo y lo echaron por descuidado, pero no por eso. Aquí estamos hablando de un chico que está explorando su sexualidad.

El padre de Heber: Mi hijo no tiene que explorar nada. Él es un hombre.

Yo: sí, es un hombre al que le gustan los hombres, ¿cuál es el problema? ¿Sabe usted cuántos chicos del interior vienen a Buenos Aires a escapar de ambientes familiares opresivos para liberar su sexualidad aquí?

Otra vecina: Bueno, estaremos atentos. Pero que no vuelva a ocurrir. Como dice el doctor, es un joven y está descubriendo cosas. Perdón, pero no puedo involucrarme en esto.

La vecina del 2º: Bueno, ahora aquí no ha pasado nada y los jóvenes pueden hacer cualquier cosa.

Yo: vecina, modere sus palabras porque podría enfrentar una demanda por discriminación y maltrato. Así que cálmese. Sus padres hablarán con él. Nosotros no podemos intervenir más de lo que ya hemos llamado la atención.

La madre de Heber: Gracias doctor por comprender.

Cada uno se fue a su hogar.

Más tarde, por la noche, le envié un mensaje a Heber: ¡Me enteré de lo sucedido! ¿Está todo tranquilo en tu casa?

Pasaron las horas y no obtuve respuesta.

Al día siguiente, al mediodía, mientras estaba en la oficina, recibí un mensaje de él. Me dijo que sus padres se sentían decepcionados de su único hijo, que se había aprovechado del trabajo y de su estadía en ese edificio para hacer lo que hizo. Además, esperaban que su único hijo les diera nietos. Estaba en la Facultad en ese momento y solo quería responderme los mensajes para agradecerme por mi buen ánimo y para asegurarme que estaba bien.

Le contesté: De acuerdo, si necesitas algo, cuenta conmigo. No estás solo.

Pasaron las horas, los martes por la noche sus padres solían ir a la iglesia. Alrededor de las 20.30 h, mientras preparaba la cena, timbraron a la puerta.

Abrí la puerta y era Heber, se notaba que había estado llorando.

Le hice pasar y le pedí que esperara mientras apagaba los fuegos para que la comida no se quemara. Entonces le dije: ¡has estado llorando! ¿Qué te pasa? Y él me dijo que se sentía triste porque su amigo, con quien se veía cuando él visitaba su pueblo, le había contado que en unos meses se convertiría en padre y al escuchar eso, sintió que se había roto definitivamente el vínculo con él. Derramó algunas lágrimas, y sentí la necesidad de abrazarlo. Él estaba de pie, apenas llegaba a la altura de mi pecho. Me abrazó por la cintura y me agradecía por escucharlo. Me senté en el reposabrazos del sillón para estar a su altura. Lo abracé de nuevo, él acercó su rostro y me besó en la mejilla, lo miré, le sostuve la cara y le di un beso en los labios. Él casi paralizado me miraba.

y allí, lo besé de nuevo y lo abracé con ternura. Sus pequeños brazos rodearon mi cuello, y nos entregamos a un apasionado beso, como si estuviera liberando algo que había estado reprimido.

Lentamente, bajó sus brazos y comenzó a acariciar mis pechos por encima de la chomba. Me deshice de la prenda, quedando desnudo, y le quité su remera. Contemplaba un cuerpo delgado, moreno, sin vello, con sus costillas marcadas. Él acariciaba y apretaba mis pechos, y le indiqué: "Chupa". Sin decir una palabra, llevó su rostro a mis senos y los succionó con avidez, como si fuesen el último caramelo en la tierra que necesitara algo dulce. Yo acariciaba su cabeza. Mi miembro estaba tan duro como una roca, listo para poseer su boca y su trasero. Él acariciaba mis brazos, mi torso. Volvió a besarme y yo llevé mis manos a su trasero, apretando sus nalgas, mientras él descendía su mano hacia mi miembro. Y me dijo: Doctor, esto es enorme, no creo poder con esto.

Yo: Shhh, yo te guiaré. Le quité los pantalones y llevaba unos calzoncillos desgastados. Se los bajé, lo giré, y contemplé su delicado trasero. Apenas tenía vello, redondeado, oliendo a recién bañado. Mordí una de sus nalgas y se retorció de placer.

Yo: Si eso te complace, siente esto... Comencé a lamer su trasero y pasar mi lengua desde la base de sus testículos hasta su espalda, hizo señales de placer y se retorcía como si fuera lo más excitante que hubiera experimentado en su vida. Con ambas manos abrí sus nalgas y comencé a estimularlo con mi lengua.

Él: Sí, sí, sí, doctor, ¡soy tuyo!

Lo invertí, lo besé y lo animé a bajar y tomar mi miembro en su boca.

Desaté el cordón de mi pantalón, me lo bajó y llevaba puestos unos calzoncillos grises que apenas contenían mi miembro, que se asomaba por los costados. Él lo observaba y me miraba, yo asentía con la cabeza indicando que era para él. Comenzó a acariciarlo y explorarlo, con su mano, con su lengua, con su nariz. Parecía algo exótico y nuevo para él, algo que deseaba intensamente. Me bajó los calzoncillos y con su manita me masturbó un par de veces y luego se lo llevó a la boca. Lo retiró y me dijo: "Huele delicioso, pero es muy grande, nunca vi algo así".

Yo: Vamos, despacio. Yo te ayudo. Lo llevó a su boca de nuevo y con su lengua intentaba acariciarlo, pero lo sostuve del cuello y comencé a empujar. Se atragantaba y le daban arcadas. Seguimos intentándolo un rato, pero con sus dientes me rozaba un poco, aunque lo intentaba con entusiasmo. Claramente, sería algo que tendría que enseñarle cómo hacerlo.

Lo levanté, lo cargué en brazos y lo llevé hasta la habitación. Allí lo coloqué boca abajo en mi cama, abrí sus piernas y volví a jugar con mi lengua en su trasero. Él apretaba las sábanas y se tapaba la boca con un cojín. Después de unos minutos así, me incorporé, me acerqué a la mesita de luz y saqué lubricante. Al verme con el lubricante y mi miembro de 24 x 8 cm venoso en toda su erección, me pidió que fuera cuidadoso y gentil. Le aseguré: No te preocupes, ¿cómo te gustaría empezar?

Él: Encima tuyo, quiero cabalgarte.

Yo: Perfecto. Me unté de lubricante toda la extensión de mi miembro y le apliqué una buena cantidad en su trasero. Me acosté en la cama y él se subió sobre mí, aferrándose a mis pectorales y pidiéndome que no me moviera. Yo le tranquilicé: Relájate, lleva el control.

Con una expresión de dolor, colocó la cabeza de mi miembro en la entrada de su trasero y se quedó quieto. Yo: Shhh, despacio, deja que se adapte. Empezó a descender un poco más y se quejaba, le dolía y me dijo que no podía. Le indiqué que se apoyara en sus pies, como si fuera a sentarse, y lo sostuve desde sus nalgas, comenzando a moverme suavemente. Él tenía gesto de dolor, se agarraba de mis pectorales y pedía lentitud.

Yo: Shhh, tranquilo, shhh... Así, mi miembro se adentró un poco más, hasta la mitad, pero la otra mitad quedaba afuera. Con eso comencé a moverme, disfrutando el desafío, era como si lo estuviera iniciando en algo nuevo. No quería lastimarlo, solo que lo sintiera. Él permanecía quieto, casi llorando de dolor. Me recosté con él encima y empecé a besarlo.

Eso lo relajó y casi sin darse cuenta, gran parte de mi miembro estaba adentro. Le indiqué: ¿ves? debes relajarte. Él comentó que era enorme y que yo era salvaje, expresando que se sentía excitado pero adolorido. Le sonreí, lo abracé por la cintura y comencé a moverme, penetrándolo con un ritmo que lo hiciera sentir cómodo. Agarró una almohada, la colocó en su rostro y empezó a gemir y gritar. Con mi cabeza apoyada en su pecho, mi pelvis se movía de arriba abajo. Mi miembro estaba completamente lubricado. Cuando lo noté más relajado, lo abracé y lo incliné hacia atrás, posicionándome sobre él. Me pidió que fuera despacio.

Le levanté las piernas y las apoyé en mi torso, comenzando a penetrarlo de esta manera. Nuevamente tomó la almohada y se la colocó en la boca, momento en que aceleré los movimientos. Intentaba frenarme agarrándome la cintura con sus manos, pero no tenía la fuerza suficiente, así que seguí con mi cadencia. Retiré la almohada de su rostro y procedí a besarlo. Él me abrazaba y me besaba con ternura y pasión.

Lo levanté de nuevo, pidiéndole que se pusiera en posición de cuatro. Al sacar mi miembro, noté que había un poco de sangre. Le pedí que se lavara y hice lo mismo. Se asustó, pero le aseguré que era normal. Le consulté si deseaba continuar, a lo que respondió afirmativamente. En el baño, una vez ambos limpios, le apliqué una crema hidratante especial en su zona trasera y yo me preparé, colocándome frente a él con su parte posterior a mi disposición y él recostado en el lavabo. Comencé nuevamente a penetrarlo. Se tapaba la boca y aumenté el ritmo de mis movimientos, notando cómo aguantaba a pesar de todo. Comencé a gemir y acelerar mi respiración, anunciándole que estaba a punto de llegar al clímax, ¿debía retirarme? Él respondió que no, que continuara. Así que incrementé la intensidad de mis movimientos y, sin poder contenerme más, acabé dentro de él. Emitiendo sonidos guturales, como un toro a punto de salir a la plaza... Casi desfallecí sobre su espalda y él suplicaba que no me retirara, que le encantaba sentirme de esa manera. Permanecimos así un rato, hasta que mi miembro comenzó a perder rigidez. Finalmente me retiré, notándose un poco de sangre al hacerlo. Apenas saqué mi miembro, salió líquido de su zona trasera como si nos hubieran poseído cinco personas.

Me dijo que era la primera vez que le sucedía algo así y que se sentía extraño. Lo besé y le dije: dúchate con tranquilidad.

Después de la ducha y los cuidados, su zona trasera quedó casi recuperada, indicándole que aplicara crema y que estaría bien para el día siguiente. Le recomendé un antiinflamatorio por si acaso. Al salir del baño para secarse, ingresé yo. Él me observaba y dijo: No puedo creer lo que acaba de pasar. Eres como un Dios griego. Si lo cuento, no me creerán.

Yo respondí: Por ahora, mejor guarda silencio al respecto. Si quieres comentárselo a tus amigos, está bien, pero no digas nada a tu familia.

Él afirmó: No, a mi familia no. ¿Podremos repetir?

Yo: Claro, pero cuida esa zona, o podrías lastimarte seriamente y estar fuera de acción durante un mes.

Se vistió, aún nervioso, me abrazó, lo besé y se marchó.

Una semana después, volvimos a repetir la experiencia.

Él: Gracias, siento que he quitado un peso de encima al contarte esto.

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