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Recuerdos de un Maestro: Minerva


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Habían transcurrido exactamente cuarenta y cuatro minutos desde que la última persona se había retirado de las oficinas de esa torre comercial, dejándome completamente solo bajo una luz suave y cálida en mi escritorio de ejecutivo.

El portero automático sonó puntual a la hora acordada. Accioné el botón para permitirle el acceso al edificio y fui en busca de unas copas para llenarlas con un excelente Malbec de añada especial que había guardado para ocasiones como aquella. Las redenciones eran tan gratificantes como los matices de ciruela, cereza y mora que ofrecía el vino que estaba sirviendo.

La puerta principal estaba entreabierta y ella conocía de sobra el camino hasta mi despacho, así que me acomodé en mi mullido asiento para esperarla. Cuando se asomó en la entrada de mi oficina, la sensualidad de las curvas que marcaba su vestido armonizaba a la perfección con la fragancia que impregnó el ambiente.

—Has llegado puntual, Minerva. Eso me complace mucho —mencioné mientras contemplaba detenidamente el color esmeralda de sus ojos, brillantes de ansias.

—Me agrada cumplir con sus requerimientos, Mi Señor —respondió con una leve sonrisa tímida.

—Por favor, toma asiento —le indiqué a la vez que señalaba la copa situada al otro extremo del escritorio.

La piel nacarada de su rostro contrastaba elegantemente con el vestido negro de seda fría que previamente había aprobado para la reunión. Compensaba su estatura con unos tacones de ocho centímetros que dominaba con destreza, añadiendo un toque de sofisticación a su porte.

—Antes que nada, quiero disculparme por lo sucedido la última vez. La situación me desbordó por completo y... —interrumpí sus palabras al indicarle silencio con un gesto de mi dedo sobre mis labios.

—Las palabras no me sirven, Minerva. Solo confío en los hechos, ya lo sabes de sobra —respondí tras unos segundos de silencio que la incomodaron aún más—. Hoy tendrás la oportunidad de redimirte, eso es lo único que me importa. ¿Entendido?

—Sí, Mi Señor —contestó, y acto seguido tomó la copa que llevó temblorosa a sus labios pintados de carmín.

—Estás de acuerdo en que todo esto suceda con tu consentimiento, ¿cierto?

—Sí, Mi Señor —respondió con voz suave.

—Verás, Minerva. Cuando doy una orden es porque previamente he evaluado los riesgos y posibles contratiempos en mi mente, no necesito explicaciones de ningún tipo, sé lo que hago —me giré para mirarla a los ojos, los cuales seguían mis movimientos mientras me dirigía hacia el ventanal de la oficina—. El morbo y el riesgo van de la mano, y tu confianza en mí se demostrará al dejarte guiar. Durante una sesión avanzada, solo prestaré atención a las palabras de seguridad para detenerme, ¿entendido?

—Tiene toda la razón, Mi Señor —contestó con evidente arrepentimiento.

—Quiero que repitas las palabras de seguridad que acordamos.

—Amarillo para informarte cuando esté llegando a un límite de incomodidad o dolor, para que decidas si continuamos y cómo hacerlo; y Rojo para indicarte que deseo que te detengas si alguna práctica se vuelve insoportable.

—Muy bien. —Sonreí levemente mientras la observaba—. Toma otro trago, por favor.

Mientras ella bebía, saqué mi teléfono para controlar la música que acompañaría el ambiente en esa habitación. B.B. Coleman era siempre una elección acertada.

—Me resulta intrigante sumergirme en ese miedo en vez detu exposición privada y al mismo tiempo ese atractivo provocador de sentirte completamente vulnerable ante alguna mirada entrometida —continué.

Extendí mi mano para invitarla a acercarse también al amplio ventanal mientras corría completamente las cortinas. La vista que nos ofrecía la noche era excepcional. Estaba compuesta por luces brillantes de diversa índole y las ventanas que se iluminaban esporádicamente en los edificios cercanos.

—Observa, Minerva. Toda esa gente siguiendo una rutina, tantas historias de amor, traición, odio y tantas horas monótonas, las cuales podemos intuir de alguna manera, mientras imaginamos cómo esas personas llevan a cabo sus vidas. ¿No encuentras eso intrigante?

—Lo es, Mi Lord. Siempre me ha llamado la atención la forma en la que usted contempla el mundo, está siempre un poco más allá.

—Es solo cuestión de perspectiva y un poco de creatividad para completar el cuadro que con tanta ilusoria certeza llamamos realidad.

Mantenía la mirada en sus profundos ojos verdes por unos segundos, apreciando el brillo de fascinación que reflejaban ante mis palabras. Me acerqué a pocos centímetros de sus labios para confirmar su entrega, entonces percibí la tensión en sus músculos al rodear su cintura con mis manos, mostrando parcialmente sus nervios y excitación.

Ella se hallaba completamente a mi disposición, no obstante, decidí no ceder ante su evidente deseo por mis labios y en cambio, me alejé para encender las luces blancas que iluminaron toda la estancia. Ella intuía lo que estaba por acontecer y por ello mi sonrisa se ensanchó.

—Arrodíllate —ordeno aún de espaldas y ella obedeció sin oponer resistencia.

Me acerqué a ella lentamente mientras desabrochaba mi pantalón y dejaba al descubierto, con una pausa seductora, mi miembro completamente erguido ante su sumisa mirada.

—Lo más curioso de toda esta escena, Minerva. Es que también formamos parte de ese conjunto de relatos que brindan un fragmento de su historia ante la mirada curiosa de algunos, ¿logras comprenderlo?

—Sí, Mi Lord —respondió tras un leve jadeo provocado por mi acariciar su rostro maquillado de forma tan meticulosa con la firmeza de mi miembro.

—Ellos desconocen por completo nuestra historia, ignoran nuestro pacto, desconocen quién es Max y cómo lo traicionas conmigo cada vez que así lo deseo. Desconocen tu lado lascivo, ni hasta qué punto puedo llegar a ser sádico. Sin embargo, pueden juzgar de forma superficial a un hombre de traje y una bella mujer realizándole sexo oral.

Ella siguió mis indicaciones implícitas y empezó a complacer mi miembro como si no lo hubiese hecho en años, lo cual indicaba que en esta ocasión el morbo estaba venciendo a sus temores.

Sujeté su bien peinado cabello con fuerza para introducir con brusquedad mi miembro en su boca y dañar de la mejor manera su delineado mientras las primeras lágrimas afloraban en sus ojos.

—Ahora es probable que nos estén observando dos o incluso tres personas, Minerva. Quizá alguno piense que eres una ambiciosa en busca de un ascenso, o una secretaria satisfactoria que me ofrece un respiro ante una rutina agobiante. —Retiré mi miembro de su boca por completo y la tomé del cuello obligándola a mirarme—. Ninguno nos conoce, pero pueden ver tu lado promiscuo, Minerva. ¿Eso es lo que te excita? ¿Que observen lo habilidosa que eres con tus labios y cuánto lo disfrutas?

—Sí, Mi Lord. Eso me excita mucho.

—Así me agrada —respondí mientras le proporcionaba un par de bofetadas en su rostro.

Nuevamente introduje mi miembro en su boca por unos momentos más, hasta que las arcadas se hicieron más intensas, entonces me separé de ella para alcanzar la botella de vino en el escritorio. Se la ofrecí y la obligué a beber todo lo que pudiera.

También acerqué una silla y la coloqué junto al ventanal. Agarré con firmeza su brazo y la puse de pie. Después, saqué sus pechos por encima de

Vestía un atuendo escotado y lamió con fervor sus pezones. Acto seguido, la coloqué de rodillas sobre la silla, exhibiendo sus pechos frente al ventanal, arranqué su diminuta braga para dejar al descubierto toda su humedad.

Después de quitarme la corbata, la coloqué alrededor de su cuello para tener control sobre ella, luego llevé mi miembro bien lubricado por su saliva a la entrada de su palpitante vulva y la penetré profundamente para experimentar el paraíso que ella guardaba en su interior.

—Ahora todos pueden ver tus senos y lo mucho que disfrutas siendo tratada así, maldita zorra.

—Oh, sí. Me encanta —respondió entre gemidos.

La embestí con fuerza sin soltar la corbata que rodeaba firmemente su cuello. La empujé una y otra vez, mientras con una mano se apoyaba en el grueso cristal del ventanal, ofreciendo una intensa escena a cualquiera que pudiera fijarse en esa ventana iluminada en particular.

—Dime cuánto disfrutas esto, maldita zorra —le dije con voz grave.

—Mucho, Mi Lord. Oh, me voy a correr —dijo con voz entrecortada.

Mantuve mis movimientos frenéticos sin descanso, sintiendo cómo todo su cuerpo se estremecía ante el placer inminente de un orgasmo intenso, lo que me excitó tanto que terminé llenando su vagina con mi semen.

Permanecimos en esa posición por unos momentos, mientras retiraba mi corbata y besaba su espalda. Aún experimentaba algunos espasmos debido a la intensidad de su orgasmo.

—De ahora en adelante, cuando te indique que vas a disfrutar algo, solo asentirás, ¿entendido?

—Sí, Mi Lord —respondió, más consciente de la situación, guardando sus senos y desviando la mirada del exterior por un atisbo de vergüenza que la invadía en ese momento.

—No te limpiarás y te marcharás sin ropa interior. Conoces el lugar y la hora de nuestro próximo encuentro. Durante la semana te informaré sobre la vestimenta, ya que será una sesión de cuatro horas.

Ella asintió mientras se incorporaba con la mirada baja.

—Minerva, ¿te encuentras bien? —pregunté con tono más sosegado.

—Sí, Mi Lord. Lo he disfrutado mucho, ¿y usted?

—Demasiado, pequeña, has cumplido con creces.

—Gracias, Mi Lord.

Terminamos la botella de vino y ella, tras asearse en el baño, se marchó. En su vida como mujer casada, el tiempo libre era escaso, pero el morbo y sus deseos particulares siempre eran atendidos por su amante ardiente, en secreto, su señor.

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