—Hola, simplemente necesito tu ayuda para poner ese cuadro en la parte de arriba, ya que mi esposo no puede subir a la escalera y yo tampoco. —Así fue como comenzó la conversación ese día que visité la casa de Ana María. Ella estaba sola y requería de mi asistencia, me encaramé en la escalera, ella se ofreció a sostenerla para darme seguridad.
Coloqué el cuadro como requería y por alguna razón noté que su rostro estaba a la altura de mi cintura, lo que despertó en mí un sentimiento algo lujurioso. Giré y mis genitales quedaron frente a su cara, ella sonrió y me dijo:
—Ya entiendo cómo quieres que te agradezca por este gran favor.
Sin más preámbulos, tomó mi pantalón con decisión y lo bajó junto con el bóxer, dejándome completamente desnudo con mi miembro justo frente a ella. Lo tomó con suavidad y comenzó a besarlo desde la punta, bajando lentamente con lamidas espectaculares, para luego introducirlo por completo en su boca. Después se ocupó de mis testículos, los chupó y volvió a concentrarse en mi pene, que en ese momento estaba a punto de explotar.
¡Qué felación tan increíble!
Así transcurrían mis encuentros con mi cuñada, a quien los años le sentaban cada vez mejor como un buen vino. La cercanía entre su casa y la mía nos proporcionaba la excusa perfecta para pedir ayuda con tareas domésticas, pero siempre terminábamos teniendo relaciones sexuales de forma apasionada.
Bajé lentamente de la escalera, rozando mi miembro primero en su cuello, luego en sus senos, su ombligo y al llegar a su vagina la sentí extremadamente caliente. Me pidió ansiosa: “Quiero que me penetres, por favor, introdúcela, muero por sentir tu miembro dentro de mí”. Con rapidez, le bajé su sudadera y sus bragas empapadas, y procedí a penetrarla. Gritaba descontrolada, sabiendo que su esposo y mi esposa no estaban presentes, teníamos todo el espacio y el tiempo del mundo, así que la complací y la complací, mientras ella pedía más, expresando su deleite y yo continuaba con mis movimientos.
Más tarde, nos dirigimos a su habitación y ella se colocó en cuatro sobre la cama, contemplé su trasero blanco, redondeado y provocativo, sin dudar en clavar mi miembro en él. Continuamos, introduje de nuevo mi pene en su vagina húmeda, sus fluidos proporcionaban la lubricación perfecta para la actividad que estábamos llevando a cabo. La sacaba por completo y la volvía a penetrar, en uno de estos movimientos rocé la entrada de su ano, y apenas escuché un “¡ay, por ahí no!”.
Confieso que no era mi intención, pero a partir de ese momento mi mente se enfocó en penetrarla por ahí. La saqué por completo y con su ano ya lubricado, procedí a introducir mi miembro. Ella oprimía y se relajaba, facilitando la entrada de mi miembro en su cálido y apretado trasero. La penetré por completo, sintiendo el choque de mi pelvis contra sus nalgas redondeadas. Ella gemía de placer, se masturbaba frenéticamente y me pedía que la embistiera.
Obedecí y empecé a penetrarla con fuerza, sus gritos de placer me transportaban al paraíso. Introducía sus dedos en su vulva mientras continuaba con mis movimientos. Llegó un punto en que no pude contenerme más y le anuncié: “¡Estoy llegando, estoy llegando!”. Ella me rogó: “Sí, sí, dámelo todo, quiero tu semen dentro de mí”. Exploté en una serie de orgasmos, eyaculando dentro de ese trasero que ya no era virgen y que se había entregado a mí. Sus gritos se intensificaron y, de repente, experimentó un orgasmo intenso, quedando inmóvil.
Así fue como mi cuñada, que ya pasaba los 50 años, me permitió explorar su trasero por primera vez. Pronto les contaré más sobre las travesuras que hemos vivido, con mi cuñada, una mujer elegante que en la intimidad se transforma en una mujer muy sensual.
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