Hola, me presento, soy César y la historia que voy a compartir es completamente real y alucinante al mismo tiempo, jamás hubiera imaginado vivir una experiencia así. Comencemos desde el principio.
Soy el hermano mayor, actualmente tengo 24 años, mi hermana Diana de 22 es muy coqueta y le encanta vestirse de manera provocativa, ella dice que lo hace para gustarse a sí misma. Lo cierto es que todo comenzó hace un par de años.
Después de terminar la secundaria o preparatoria, ella experimentó cambios y yo simplemente la veía como una niña que solía usar mis sudaderas. Hasta que un día dejó de hacerlo y empezó a vestirse de forma muy ajustada.
Mide 1.64, tiene la piel muy clara y una voz aguda, lo que hacía que me molestara salir con ella, aunque mamá siempre me pedía que la cuidara. Por lo general, me mantenía a distancia mientras tomaba un café o leía algo, mientras ella salía con sus amistades. Fue en una ocasión en el cine cuando noté a un individuo acercarse, aparentando revisar la cartelera pero con el teléfono muy cerca de las nalgas de Diana. Ella llevaba unos leggins de color rosa pastel que se marcaban entre sus glúteos. A pesar de mis intentos por hacer que se moviese de allí, el individuo logró tomarle fotos o grabarla, no estoy seguro. Se alejó con una sonrisa burlona mientras yo apretaba los puños, observando cómo mi hermana ni siquiera se daba cuenta de lo que ocurría. Fue entonces cuando noté un bulto en mi pantalón. ¿Era porque estaba mirando el trasero de mi hermana?
Al día siguiente, ella caminaba por la cocina con un short de pijama, aquel de bolitas que, al igual que sus leggins, se incrustaba entre sus nalgas. No podía apartar la vista de ella y noté que me miraba de forma extrañada.
—¿Estás bien? –dijo mirando mi pantalón.
—¿QUÉ? ¡NO... YO! –Sentí cómo el rubor invadía mis mejillas y salí de allí rápidamente.
Estar cerca de ella resultaba abrumador, pero me sentía culpable. No debía pensar en mi hermana de esa manera, a pesar de que ahora tuviera un trasero redondeado y atractivo y unos pechos pequeños pero firmes, seguía siendo mi hermana. Intentaba reprimir mis impulsos mientras husmeaba entre su ropa, incluso cuando usaba prendas ajustadas podía adivinar si llevaba tanga o calzón, los olía a escondidas y me masturbaba. Después, la culpa me invadía.
Llegamos a este fin de semana, ella ya tiene 22 años y suele salir sola con sus amistades, yo me encargo de recogerla de algún bar o plaza. En varias ocasiones he tenido que llevarla a comer porque estaba muy ebria. Como en esta ocasión. Salía de un bar, eran las tres de la mañana y llevaba puesto un vestido corto, cuando fui por ella, me habló con aliento a cerveza.
—¿Otra vez borracha? –le dije, aunque simplemente llevarla tomada de la cintura hasta el automóvil ya me provocaba una gran erección.
—Solo fueron dos cervezas, no se lo digas a mamá y papá –dijo riendo, ahora llevaba brackets, lo que hacía que al hablar chistara más de lo normal.
—Ellos no están, se fueron a cenar –sabía que mis padres se habían ido a un hotel, mi madre solía hablar en voz alta y últimamente preferían evitar que sus hijos o vecinos escucharan.
—Está bien –dijo, acomodándose para quedarse dormida a los pocos minutos.
El vestido apenas le cubría, y pude ver un poco de su ropa interior. Me detuve en un semáforo y, como si quisiera despertarla, la moví y subí aún más su vestido. En ese momento, pude ver sus labios vaginales húmedos, con el vestido tan ceñido que quedaba casi a la altura de la cintura. El claxon de otro automóvil me sacó de mi ensimismamiento y continué conduciendo, sin dejar de echarle miradas de reojo y con el pulso acelerado, sudando frío y con manos temblorosas. Lleno de culpa y nerviosismo.
Finalmente, reuní el valor suficiente y, mordiéndome los labios, estacionado frente a casa, coloqué dos dedos sobre su zona íntima, que se sentía cálida y húmeda, mis dedos se encontraban justo en el centro recogiendo su humedad mientras ella seguía dormida y babeando.
Nuestra relación familiar
Después de esperar lo que se me hizo una eternidad afuera, finalmente escuché el sonido de un claxon; era el vecino saludando. Le respondí el saludo y, aunque Diana no despertó por completo, sí pareció recobrar un poco de lucidez justo cuando abrí la puerta y la ayudé a entrar a casa. Mi excitación no disminuía, sobre todo al tener sus senos tan cerca. La acomodé en su cama, mientras seguía hipnotizado por su figura.
—¿Qué estás mirando? —balbuceó, provocándome un sobresalto que casi me infarta.
—¿No te vas a cambiar para dormir? —pregunté en mi tono regañón habitual.
Fui al mueble en busca de su pijama rosa ajustado, le quité el vestido por los hombros, desabroché su sostén dejando al descubierto sus hermosos senos con pezones rosados y suculentos, le puse una blusa y luego el short. No pude resistir ajustar un poco más el short en su trasero. Metí mis dedos entre sus piernas para sentir su humedad. Ella se estremeció y abrió los ojos.
—¡Qué agradable sensación, cariño! —dijo mientras acariciaba mi miembro sobre el pantalón.
Bajé el cierre, saqué mi miembro ansioso de excitación. Ella cerró los ojos por un momento, luego sonrió mostrando sus brackets y tomó un poco mi miembro en su boca.
—¡Delicioso, cariño! —reiteró, y lo chupó un par de veces antes de cerrar los ojos con mi miembro todavía en su boca.
Me acomodé para seguir recibiendo su estimulación oral, moviéndome suavemente mientras acariciaba su entrepierna. Ella chupaba despacio y se fue quedando dormida, así que continué introduciendo mi miembro en su boca, que estaba totalmente a mi disposición. Su entrepierna ya estaba húmeda; moví su tanga y deslicé un par de dedos, pero su reacción hizo que mi miembro saliera de su boca. En ese momento preferí reconsiderar mi enfoque. Bajé su short para acariciar sus suaves y redondeadas nalgas, mientras me acomodaba en la cama para que mi miembro encontrara nuevamente su lugar entre sus labios.
—¡Cariño! —dijo chupando como si fuera un helado, y permitió que mi endurecido miembro se deslizara dentro de su boca. Sentía su aliento en mi miembro, mientras su saliva se deslizaba por uno de sus labios; incluso abrió sus nalgas para que pudiera apreciar su vulva y su ajustado ano, permitiéndome incluso tocar suavemente con un dedo y sentir sus pequeñas arrugas.
Observaba cómo mi miembro dejaba su marca en su mejilla, lo cual aumentaba mi excitación. Llegaba el momento crucial de la noche: ¿terminar en su boca? ¿masturbarme en el baño como solía hacer? ¿o simplemente cubrir su rostro con mi semen?
Finalmente, apenas saqué mi miembro, los chorros de semen empaparon su rostro; de lado, mi semen manchó su mejilla un par de veces, escurriendo hacia sus ojos y nariz. Agité con fuerza mi miembro sobre sus labios dejando una capa viscosa de semen. Mientras tanto, apretaba con fuerza una de sus nalgas, que quedó enrojecida. Utilicé mi camiseta para limpiar su rostro, no sin antes capturar en fotografías sus facciones cubiertas de esperma, lo cual, para ser honesto, me excitó nuevamente. Acomodé su short, observando cómo se ajustaba a sus nalgas, y salí de la habitación con la misma culpa de siempre.
Al despertar, me invadió el temor de salir de mi cuarto. ¿Qué pensaría Diana de mí? Fui sorprendido por el toque de mi padre en la puerta para bajar a desayunar, y ahí estaba ella, recién bañada y sonriente como siempre.
—¡Hola hermano! —saludó mientras tomaba un vaso de leche.
—¿Cómo estás? —pregunté, tratando de sondear la situación.
—De resaca. No recuerdo ni cómo llegué a casa. Gracias por ir por mí, solo sé que salí del bar y luego la memoria se me nubló.
—No tomes como un albañil —intervino mamá—. No siempre César estará disponible para ser tu chófer.
—No me molesta. Me preocuparía más que hubieses regresado sola con algún desconocido.
—¡Qué amoroso eres! Por eso te quiero, tonto.
Yo ansiaba que llegara el fin de semana siguiente y que se embriagara nuevamente; tenía una cita pendiente con ese trasero. Así transcurrió la semana, observándola. Le tomé fotos a su trasero y finalmente comprendí al tipo del cine. Era adictivo contemplar ese trasero de mi hermana.
Continuará...
Deja una respuesta