Cada ser humano tiene un costo, eso es lo que pensaba Albert mientras recibÃa a su casera.
En una reducida cocina, una mujer de melena oscura preparaba el desayuno con un pequeño delantal, mientras que en la sala, un joven aguardaba con ansias.
"Me llamo Albert, y hace poco recibà unas monedas mágicas como herencia. Aquellas monedas tienen el poder de convertir a quien las acepte o tome sin mi consentimiento, en mi esclavo de por vida", explicaba.
"La bella mujer que cocina es Mariana, quien solÃa ser mi vecina y ahora desempeña el papel de concubina, sirvienta y esclava sexual", revelaba.
La preparación culinaria llegaba a su fin y la mujer se acercaba con gracia a su amo.
Albert recibÃa el plato con alegrÃa, mientras su mente divagaba en sus pensamientos.
"Mi casera tomó una de mis monedas mágicas hace algunas horas, ahora solo espero su regreso", reflexionaba.
En ese instante, un suave golpe en la puerta interrumpÃa sus pensamientos.
—¡Un momento! — exclamaba Albert, emocionado por la visita inesperada.
Mirando por la mirilla, se percató de que era su casera Felicia quien aguardaba afuera, con una mirada ausente.
"Debo dejarla entrar antes de que alguien la vea", pensaba mientras la hacÃa pasar rápidamente.
Una vez frente a él, no pudo contenerse y la despojó de su vestido de una sola pieza, dejándola en ropa interior.
—Cuando vengas, procura llevar algo más provocativo bajo la ropa — sugerÃa Albert, consciente de su control sobre la situación.
—SÃ, mi amo, como usted ordene — respondÃa Felicia en tono sumiso.
Ante aquella respuesta, Albert sintió una erección, pero tenÃa otros planes en mente. Dirigiéndose a Mariana, le indicó:
—Ven aquÃ, Mariana... Creo que alguien quiere hablarte.
—Lo que usted diga, mi amo — contestaba la mujer, acercándose con su delantal de cocina como única prenda.
Albert apartó el delantal, dejando a Mariana desnuda, y la posicionó de espaldas en la mesa, exhibiendo sus glúteos.
—¡Haz que se corra lamiendo su entrepierna! — ordenaba Albert a Felicia.
—¡Lo haré, como usted ordene, mi amo! — respondÃa sumisa Felicia.
Felicia comenzaba a lamer suavemente los labios Ãntimos de Mariana, lo que hizo sospechar a Albert, quien inquirió sin esperar respuesta:
—¿Es esta tu primera vez realizando esta acción?
—¡Soy bisexual, amo! Me encanta esta práctica — respondÃa Felicia entregada a su tarea.
Albert no pudo contener una sonrisa al escuchar sus palabras, cuestionándose si Mariana merecÃa aquel trato.
—¿Eso tuvo que ver con tu divorcio? — preguntaba Albert con curiosidad.
—No, amo. Mi marido se divorció al descubrir mi relación con el novio de mi hija — respondÃa nerviosa Felicia.
—¿Tu hija sabe lo sucedido? — inquirÃa Albert con interés.
—No, mi amo. Ella nunca lo supo — admitÃa la mujer.
—¿Por qué quieres deshacerte de Mariana? — continuaba Albert con su interrogatorio.
—Mi hija terminó con su novio y necesito espacio para ella. Quiero que viva aquà gratuitamente — explicaba la casera.
—¿Por qué no vive con su padre o contigo? — interrumpÃa Albert, golpeando levemente los glúteos de Mariana hasta detener el cunnilingus.
—Mi hija y su novio nos robaron $15,000 — revelaba la mujer, azotando a Mariana—. Dijeron que era para comprar...
Equipo para su actividad de streaming — preparaba a Mariana antes de continuar— Y no tengo disposición para tratar con ella en este momento.
—¿Y ha logrado algo con esa "carrera"? — preguntó Albert.
—¡Nada señor!, Parece que se dedicará a realizar transmisiones en Internet por dinero — respondió la mujer que ahora empezó a lamer la zona trasera de Mariana.
Albert no pudo contener la risa, pensaba en cambiar de acompañante y elegir a una peor, incluso a una con el carácter justo como su hija Alexandra, como si en ese edificio no faltaran mujeres desagradables.
Albert golpeó fuertemente la parte posterior de su arrendadora antes de quitarse la bata y bajarle las prendas Ãntimas.
Inmediatamente después y sin más preámbulos, penetró a la mujer, la cual estaba visiblemente excitada y para asombro de Albert, estaba estrecha.
—Eres solo una despreciable, ¡cierto! — dijo Albert mientras comenzaba a penetrarla.
—¡Soy una despreciable! — respondió la mujer, quien parecÃa haber entrado en un extraño estado de éxtasis.
—¡Entonces eres mi despreciable! — afirmaba Albert mientras incrementaba el ritmo de sus movimientos.
—¡SÃ, amo, soy tu sumisa! — dijo Felicia con una extraña sonrisa en su rostro.
—Como sumisa, harás todo lo que te ordene, ¿verdad? — Albert azotó nuevamente el trasero de Felicia.
—¡Sà amo, cumpliré todas tus órdenes! — respondió Felicia, al borde del orgasmo.
—¡Lo primero que harás es llegar al clÃmax como la lasciva que eres! — dijo Albert agarrando con firmeza las caderas.
Felicia se dejó llevar por un intenso orgasmo a la orden de su amo, finalmente cayó exhausta frente a él.
Albert simplemente sonrió mientras continuaba con la penetración, ideando cuál serÃa su próxima jugada.
Algunos dÃas después.
Alexandra y su madre caminaban juntas por el último tramo del ascensor hasta la puerta de lo que serÃa su nuevo apartamento.
—¡Gracias de nuevo mamá! — expresó Alexandra.
—¡No hay problema hija! — respondió Felicia— Me alegra poder ayudar a la familia.
Al llegar a la puerta, la casera entregó las llaves y además una moneda de plata.
—¿Y esto? — preguntó Alexandra con una amplia sonrisa al verlo.
—Se lo quité a un ingenuo que vive aquà — mencionó Felicia— Creo que tú lo necesitas más.
—¡Gracias mamá! — exclamó Alexandra mientras abrazaba a su madre.
Sin que ella lo notara, se formó una amplia sonrisa en su rostro.
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