Desde la admiración hasta el amor y la atracción, existe una frontera sutil


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Al inicio pensé que era simplemente una admiración común, pero el tiempo me demostró que también involucraba deseo.

Aproximadamente a la mitad de mi trayectoria profesional, conocí a Jesús Gabriel, mi pareja, ese acontecimiento especial que lo cambió todo para mí, y no por él. Sentía atracción, quizás, por motivos equivocados: era el clásico chico rebelde, y además, muy atractivo. Él es de tez morena, alto y con ojos claros, su físico está muy bien definido, y sus numerosos tatuajes le conferían un aspecto rudo y varonil; eso me excitaba, durante la intimidad, disfrutaba verlo dominante, y sentirme completamente entregada en todos los sentidos.

En la intimidad, era muy hábil, apasionado, rudo y romántico al mismo tiempo, todo un deleite para alguien como yo. Aunque no me considero fea, descubrí por terceros que muchas de sus ex parejas eran demasiado atractivas; en mi opinión, incluso Gabriel parecía estar fuera de su alcance. Estas cuestiones comenzaron a inquietarme, pues temía perder pronto a mi pareja.

Todas estas inseguridades empezaron a atormentarme. Mi relación se deterioraba con el paso del tiempo debido a un tipo extraño de celos amargos hacia mujeres que ni siquiera conocía, y todo empeoró el día en que descubrí que Gabo aún conservaba en su computadora fotografías muy antiguas de Raquel, una de sus ex parejas.

Raquel había estado con mi ahora esposo durante aproximadamente cinco años, y luego llegué yo. En esas fotos, me pareció que ella era extraordinariamente bella: de piel clara, con mejillas sonrosadas y larga cabellera oscura y ondeada. Poseía algunas pecas en los hombros, y sus atributos eran envidiables: senos firmes y redondeados, caderas anchas, vientre plano y, según averigüé en redes sociales, un trasero excepcional. Me resultaba sorprendente que Gabriel me hubiese elegido a mí sobre ella, aunque luego supe que las cosas no fueron así.

Esa mujer se convirtió en mi obsesión, en una especie de pesadilla enfermiza. Casi no podía dormir pensando que secretamente ella seguía siendo parte de la vida de mi marido. Incluso, cuando Jesús Gabriel no estaba en casa, sentía la necesidad de revisar su computadora y husmear en sus archivos para descubrir qué ocurrencias encontraba sobre ella. Y, como reza el dicho, quien busca, encuentra, ¡y vaya si encontré! Encontré una carpeta con algunas fotos y archivos bajo el nombre de "mi amor 2012", y no dudé en revisar su contenido. Había varias imágenes de ella, comprometedoras, a diferencia de las otras que pretendían ser más discretas y recatadas. Era ella, desnuda en un sofá; ella de nuevo, luciendo lencería atrevida; otra vez esa mujer, con una sonrisa coqueta mostrando una diminuta minifalda; ella en escenarios eróticos y de fantasía. ¡Descargué todo el material!

En los días posteriores, cuando mi esposo no se encontraba en casa, especialmente por las mañanas y las tardes, adquirí la extraña costumbre de revisar una y otra vez las fotografías. Al hacerlo, una extraña mezcla de rabia y envidia brotaba en mi interior, pero al mismo tiempo, esa emoción se volvía adictiva. Observaba a esa mujer detenidamente y la analizaba en detalle, lo que despertaba esos sentimientos. Con el paso de los días, esa situación se transformó en una especie de admiración envidiosa. Admiraba su belleza y sensualidad, lo cual me motivó a imitarla: me teñí el cabello y lo ondeé, y busqué lencería para satisfacer los deseos de mi esposo.

Sin embargo, esto no me bastó, y la obsesión seguía creciendo de forma descontrolada, aunque no lograba comprender por qué. De ese modo, hice todo lo posible para poder acceder a su cuenta de Instagram y seguirla. Observé que ahora lucía diferente, mucho más osada y menos femenina. Tenía el cabello rapado en un lateral de la cabeza, mientras que el resto caía hasta los hombros. Lo llevaba liso y con algunos mechones teñidos.

de tonalidad azul. Portaba un piercing en forma de argollas en su nariz respingada y, ahora, en sus dos brazos lucía tatuajes sumamente bien logrados, vistiendo holgadamente, a la manera de un joven. Debo reconocer que se veía considerablemente más hermosa en ese momento, incluso con una apariencia que emanaba muchas energías lésbicas. Desde entonces, la seguí en cada publicación, colocando emoticonos de corazones en cada una de sus entradas. Sin darme cuenta, llegué al extremo de tomar capturas de pantalla cuando publicaba fotos ligeramente vestida. Así pasaron los días.

Mis sentimientos de tensión pronto se transformaron en anhelos de deseo. Era evidente que sentía atracción por la ex de mi esposo, y que incluso me parecía extremadamente atractiva sexualmente, al punto de fantasear repetidamente con poseerla, de hacer el amor con ella. Durante la intimidad con Gabo, mi mente se desviaba hacia Raquel, llevándome al clímax.

Pronto, mis insinuaciones sugestivas en sus historias dieron fruto y logré contactarla. Conversamos, ella identificó de inmediato con quién estaba hablando, y yo confirmé que Raquel prefería la compañía femenina sobre la masculina. Se mostró muy respetuosa, adoptando un comportamiento varonil, pero sin exageraciones. Nuestras conversaciones pronto se volvieron más comprometedoras, manteniendo, sin embargo, un pacto de complicidad entre nosotras. No fue ella quien tomó la iniciativa, sino yo, mostrándome atenta hacia ella y llenándola de halagos y elogios.

Una vez que mi esposo se ausentó de la ciudad por motivos laborales, aproveché esa oportunidad para invitarla a tomar algo y ver películas. Llegó puntual, luciendo fascinante, su estilo ''Tomboy'' me resultaba sumamente atractivo. Las sonrisas entre nosotras delataban un romance, aunque fingíamos ignorarlo. Durante ese mes, se quedó en mi hogar, y fuimos volviéndonos cada vez más íntimas. Siempre la esperaba con el almuerzo servido, y pasábamos tiempo juntas conversando, viendo televisión acurrucadas en el sofá y compartiendo mucho. Pronto se hizo habitual que, en la privacidad de la casa, entrelazáramos nuestras manos, argumentando siempre que todo se trataba de amistad.

Dado que ocupaba la habitación de huéspedes, una noche le propuse que, para charlar, podía dormir conmigo, a lo que aceptó. Nos acostábamos juntas, pero dormíamos muy cerca la una de la otra, casi de forma exagerada y poco convencional, asumiendo roles de manera inconsciente. Ella extendía su brazo izquierdo y yo colocaba mi cabeza allí, en su antebrazo, cerca de su pecho y bajo su mentón (me encantaba el aroma de su cuello sudoroso, debido al bochorno del clima); ella posaba su otro brazo alrededor de mi cintura y dejaba caer su mano sobre la parte baja de mi espalda. Nuestras piernas se entrecruzaban, despertando de esta forma ambas.

Con el paso de los días, ambas intensificamos la situación. En mi caso, en lugar del pijama habitual, opté por un diminuto short que apenas cubría mis nalgas, un pequeño top negro que dejaba al descubierto mi vientre y poco más. Ella, llevaba un camisón de seda con un bello encaje, deteniéndose justo arriba de sus muslos. Durante esos días, adoptamos una nueva posición para dormir: acurrucadas en posición de cuchara. Ella extendía delicadamente sus brazos y rodeaba mi cintura, atrayéndome hacia ella, colocando sus manos en mi abdomen plano y acercando mi trasero a su pelvis. A medida que avanzaba la noche, podía sentir cómo su pelvis golpeaba suavemente mi trasero, a lo que yo respondía aumentando la presión en su pelvis. Era una sensación muy agradable.

Pero todo dio un vuelco en una mañana. Durante la noche anterior, dejé de lado el habitual top y short, y en su lugar, me quedé solamente con una diminuta prenda de encaje, de color rojo. Un accesorio que, más que otra cosa, revelaba mi prominente trasero a la desconocida. En la parte superior, un sujetador del mismo tono, muy seductor, mientras que ella llevaba un camisón de pijama.

Con algo más de extensión y sin nada debajo, nos recostamos adoptando nuestra postura favorita, la cucharita, que se repitió a lo largo de la noche. En el transcurso de la velada, las sensaciones se intensificaron al contacto de nuestros cuerpos, ella detrás de mí, mientras yo presionaba fuertemente mi parte trasera contra su intimidad. Percibía cómo sus manos me sujetaban con firmeza, y al mismo tiempo, ella seguramente notaba cómo mi trasero empujaba su pelvis hacia la pared. Con más audacia, simulando estar dormida, deslizó una mano por debajo de mi prenda inferior, acariciando mi cadera, mientras la otra mano apretaba uno de mis senos.

Al despertar, no intercambiamos palabras, pero ella comenzó a acariciarme y a esbozar una sonrisa, a lo que yo correspondí. Fue en ese momento cuando nos acercamos y nos besamos con pasión. Nos entregamos a los besos apasionados, la lujuria nos envolvía, parecíamos ansiosas, como si fuera la primera vez que experimentábamos el amor. Nuestras lenguas se entrelazaban y los besos fluían: las mejillas, la frente, el cuello. Ella me tomó el control con maestría, descendiendo para dedicarse a mis senos, los cuales devoró y succionó con una intensidad nunca antes experimentada, ¡mis gemidos de placer resonaban! Sus manos rasgaron mi ropa interior y contempló lo mojada que estaba. Sin dilación, nos desnudamos mutuamente, abrió mis piernas de par en par y se colocó encima de mí para frotar su intimidad contra la mía. Experimentamos un placer delicioso, sí, pero indudablemente estábamos haciendo el amor. Sus movimientos eran rápidos, restregando su sexo contra el mío, ambas estábamos húmedas, mientras nos declarábamos mutuamente nuestro amor. Me puse a cuatro patas para ella, y entonces, se recreó en mi parte trasera, disfrutando jugueteando con mi intimidad y mi cuerpo en su totalidad. La situación se volvió aún más intensa cuando sacó de su vestimenta un gran consolador con arnés, lo ajustó y empezó a penetrarme con fiereza, tantas veces que perdí la cuenta de los orgasmos que experimenté.

Después de aquella experiencia, continuamos viéndonos en secreto para amarnos. Nadie me ha hecho el amor como ella, la anhelo y la deseo tanto que estoy dejando a mi esposo por ella.

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