Tras mi primer encuentro íntimo en la tienda de zapatos, mi vida cambió por completo. Los recuerdos de aquellas intimidades, con fluidos eyaculatorios recorriendo mis pies, no dejaban de invadir mi mente. Cada vez que este pensamiento afloraba, mi excitación crecía y sentía la imperiosa necesidad de auto-complacerm
En esa época, tuve una relación con un chico universitario más joven que yo, él con 18 años y yo con 21. Era alto, musculoso y me trataba con dulzura. Sin embargo, durante nuestro primer encuentro íntimo, descubrí que tenía un fetiche relacionado con los pies. Mientras estábamos en pleno acto, me confesó su obsesión por mis pies y cómo eso había sido un factor decisivo para querer estar conmigo. Le llamaba la atención el contraste entre mis pies, de gran tamaño para mi estatura, lo cual despertaba su morbo. Fue entonces cuando me pidió masturbarlo con los pies, a lo que accedí sin dudar.
Me recliné hacia atrás, tomé su miembro con mis dedos de los pies y comencé a estimularlo. Al tiempo que lo acariciaba con mis pies, mi mente volvía una y otra vez al día en la zapatería, anhelando que mi pareja llenara mis pies con su semen, al igual que aquella ocasión.
A pesar de sus esfuerzos, la eyaculación no llegaba, por lo que le consulté cómo podía ayudarlo a alcanzar el clímax rápidamente. Me pidió que utilizara mis dedos de los pies para acariciar la punta de su miembro. Así, empecé a mover delicadamente mis dedos sobre esa zona sensible y él disfrutaba visiblemente. Luego, sugirió que le permitiera chupar mis dedos, como estímulo adicional. Mientras cumplía su petición, mi excitación aumentaba notablemente. Sentía una extraña conexión entre mis pies y mi zona íntima, como si al lamer mis dedos, estuviera explorando mi propia entrepierna con la lengua.
En medio de gemidos descontrolados y exploraciones digitales, anhelaba intensamente su liberación. Finalmente, entre sus susurros anunciando el clímax, exclamé: "¡Derrámalos sobre mis pies!". Extendí mis extremidades inferiores y recibí su regalo de semen con agrado. Aunque la cantidad no fue abundante, la sensación me resultó sumamente placentera. Comencé a esparcir el fluido sobre mis pies y, de repente, mi pareja sugirió la idea de grabar un video y tomar fotos. Acepté, con la condición de no mostrar mi rostro. Así, se llevó a cabo la sesión fotográfica.
Tras unos días, comencé a percibir una extraña atención en la universidad. Algunos hombres se detenían a observar mis pies (siempre he preferido calzado abierto). Esta atención fue incrementándose gradualmente, hasta que un día, un joven extrovertido se acercó con una intrigante propuesta de ganar $1000 pesos. Dada mi situación económica y mi inexperiencia laboral, la cifra me resultó tentadora. Sin embargo, antes debía responder una pregunta. Extrajo su teléfono, mostrándome una foto y preguntándome si reconocía esos pies. Era la imagen tomada por mi pareja.
Sorprendida, me quedé sin palabras, sintiendo una intensa vergüenza que coloreó mis mejillas. Dudé en reconocer las fotos, pero su aguda percepción reveló mi complicidad. Aseguró que mi popularidad se había incrementado, debido a la difusión de las imágenes. Con un nudo en la garganta, me apresuré a retirarme, pero fui detenida. El joven insistió en revelarme cómo ganar los $1000. Avergonzada, pero intrigada, accedí a escuchar su propuesta.
Nos dirigimos a la biblioteca universitaria y nos adentramos en una sección poco frecuentada. Sin dar detalles, sugerí que nos trasladáramos a otr
En un alojamiento o en una sala, pero le provocaba excitación que fuera en un lugar público, y al no haber personas, accedí. No encontré ningún asiento disponible, sin embargo, él me indicó que me sentara en el suelo. Así que me acomodé y me pidió que le entregara un pie. Me quité mis sandalias, levanté la pierna derecha y la estiré para que agarrara mi pie. Él permanecía de pie con su miembro expuesto, me sujetó el pie y comenzó a frotar su miembro sobre mi empeine. Su mano estaba en la planta de mi pie y su miembro en mi empeine, así que empezó a estimular mi pie.
Mientras lo frotaba, movía mis dedos y acariciaba sus genitales, hasta que finalmente no aguantó más y eyaculó sobre mi pie. Fue una gran cantidad de semen y mi pie quedó totalmente embarrado. Estaba a punto de limpiarlo, pero rápidamente me indicó que no lo hiciera, y me pidió que volviera a calzarme la sandalia con el pie lleno de esperma. Aunque inicialmente me negué, me dijo que era la única condición para recibir los $1000, así que tuve que hacerlo. Introduje mi pie cubierto de semen en la sandalia y se ensució por completo. Salimos del establecimiento y a pesar de sentirme incómoda, me excitaba la idea de caminar por la calle con el pie manchado de esperma, sabiendo que todos podrían verlo.
A partir de ese momento, comenzó mi nueva actividad comercial.
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