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Cómo encontré a mi arrepentimiento (III)


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En este punto comprenderás, apreciado amigo/a, un poco más mi situación. Quizás hayas experimentado algo similar, o lo estés viviendo actualmente, como me ocurre a mí, y la verdad es que si tuviera que describir las semanas siguientes no podría decir que fueron favorables.

Enfrentarme cada día a su presencia me generaba sentimientos diversos: Inquietud, anticipación, incertidumbre, excitación...

Cada vez que lo veía, creaba en mi mente una escena posiblemente ficticia, pero un día en la cafetería experimenté una sensación que me hizo feliz por un instante. No era por él, por Marcos, de quien te hablé anteriormente, sino por haberme sentido verdaderamente mujer de nuevo. Aquel roce y su posterior reacción subrepticia detrás de la carpeta me recordaron que aún podía experimentar el cosquilleo del deseo y, por supuesto, la emoción de imaginar si durante esa erección aquel joven había fantaseado conmigo.

Era verano y el calor, junto con la sensación de que muchos ya estaban disfrutando de sus vacaciones, no ayudaba a abordar las responsabilidades laborales diarias. De los tres aprendices iniciales, en pocos días quedamos solo dos. Una de las chicas decidió marcharse, lo que me hizo preguntarme si Eva, que parecía muy interesada en seguir a pesar de la partida de su amiga, se acercaría más a Marcos. Mi ansiedad llegó a esos extremos. Más tarde supe que Eva tenía pareja, otra chica, lo cual me alegró. Me alegré por ella, por tener pareja, me alegré por la suerte de su amiga a la que vi en un par de ocasiones mientras la esperaba a la salida, ya que Eva era bastante atractiva, y, por supuesto, me alegré por mí.

Yo seguía enviándole discretas señales buscando alguna reacción positiva. Miradas, sonrisas... me arreglaba y elegía la ropa que me favorecía más, la que mostraba más escote. Intentaba dirigir las conversaciones hacia lo personal cuando estábamos solos. Era una locura, sí, pero dentro de mi sensatez sabía que debía abordarlo de forma sutil, paso a paso, evaluando cada movimiento para no cometer errores y arruinarlo todo, o peor aún, para no meter la pata y descubrir que todo era producto de mi imaginación, de mis hormonas revolucionadas, de la rutina diaria.

Y en ese momento, un día, con el café de media mañana, nos ofrecieron un trocito de chocolate negro junto al sobre de azúcar. Marcos lo guardó en su bolsillo. Esperé a que Eva saliera a fumar, ritual que seguía de manera estricta cada vez que hacíamos una pausa, y de alguna manera, con valentía, le comenté que el chocolate se consideraba el sustituto del sexo. Me miró y le sonreí. Percibí una leve sonrisa y algo de rubor en sus mejillas. Antes de que pudiera decir nada, le ofrecí el mío, por si necesitaba una dosis extra, dado que era joven y seguramente necesitaría más chocolate para satisfacer sus necesidades. Nos reímos. Seguí mirándolo a los ojos. Me respondió algo así como que entonces tendría que ir a la barra a comprar más chocolates.

Riéndonos de nuevo, interpreté aquello como un "adelante". Surgió una conversación en la que mencionó tener novia, pero que trabajaba a casi 1000 km de distancia, por lo que "se veían poco", comentó entre risas, insinuando que tenían relaciones sexuales en contadas ocasiones. Nos reímos y le dije que yo estaba casada, seguramente habría visto mi anillo, pero que tenía la despensa llena de tabletas de chocolate. Volvimos a reír y, aunque lo deseaba, me tomó por sorpresa. Me dijo que le costaba creer que, estando cada día con mi pareja, necesitara comprar tanto chocolate, pues le parecía que era una mujer atractiva. Nos quedamos en silencio... mirándonos. Pasaron unos segundos en los que

No sabía cómo actuar. A través de los cristales observé a Eva aproximándose a la puerta y le sugerí que era tiempo de irnos.

Mi corazón latía con fuerza. Había acelerado mi ritmo cardíaco y ya no pensaba en las dos visitas pendientes.

Antes de ingresar al automóvil, mencioné que necesitaba regresar un momento a la cafetería y aproveché para contactar a los clientes y disculparme porque no podría visitarlos hoy. Al salir, les informé a los jóvenes que me habían llamado para cancelar la visita, así que, dado que era verano... podríamos hacer una excepción y finalizar el día en ese lugar, y que los llevaría a sus hogares o los dejaría donde desearan. Marcos me observaba y yo, nerviosa, solo intentaba encontrar una excusa para poder dejar a Eva primero y quedarme a solas con él. Resultó innecesario. Eva me solicitó que la llevara a un centro comercial cercano porque necesitaba revisar algunas cosas y luego la recogerían ahí mismo. Se me iluminó la mente.

En vez de dejarla en la entrada, les comenté que pasaría un momento al estacionamiento subterráneo porque tenía la intención de retirar efectivo de un cajero. Descendimos ambas. Le pedí a Marcos que esperara en el coche, que no tardaría. Mientras veía a Eva alejarse, busqué en el directorio con la intención de encontrar un supermercado o una farmacia. Pensaba en adquirir preservativos... por si acaso, y mientras revisaba la lista, me invadieron los remordimientos, la sensación de culpa, el temor a estar a punto de dar un paso sin retorno. Me asusté y decidí regresar. Marcos permanecía en el auto. Al acercarme, surgieron las dudas acerca de si había sido simplemente una charla adulta sugerente, sin ninguna otra intención más allá de halagarme.

Ingresé al vehículo, decidida a marcharme de allí, dejar a Marcos en algún lugar y retornar a casa. Estaba a punto de abrocharme el cinturón cuando Marcos posó su mano en mi nuca, atrajo mi rostro hacia el suyo y me besó, y yo no opuse resistencia. Al principio suavemente, hasta que mi lengua decidió explorar su boca y fue entonces cuando el beso se volvió intenso, apasionado, y mientras movíamos nuestras cabezas, tomó mi mano y la llevó a su entrepierna. Estaba excitado. Dejé escapar un leve gemido que se extinguía en su boca y aquello pareció avivar aún más su deseo. Presionó mi mano para que percibiera cómo su erección iba en aumento bajo el pantalón. Recuerdo apretar y suspirar. Me separé de sus labios y le ayudé a desabrochar el pantalón. Antes de proseguir, escudriñé el entorno. No había nadie. La penumbra del estacionamiento jugaba a nuestro favor. Elevó un poco la cadera sobre el asiento y bajó su pantalón y su ropa interior, dejando al descubierto un miembro erecto, no muy largo, pero sí grueso, maravilloso. Me acomodé en mi asiento y lo sujeté con mi mano.

Lo percibí caliente, carnoso, palpitante... y ansié saborearlo en mi boca, probar su esencia, pues era el gusto de un falo diferente. Desde que nos casamos no había experimentado nuevamente esa sensación de exploración, esa excitación por lo novedoso, y por supuesto hacía mucho que las erecciones de mi esposo, que me lleva ocho años, habían dejado de ser aquellas erecciones firmes de cuando nos conocimos. Era algo natural y siempre lo acepté de ese modo, pero allí estaba yo, agarrando su pene, sintiéndolo entre mis dedos, recorriendo su magnífica firmeza juvenil. Incliné la cabeza y lo introduje en mi boca.

Probablemente Marcos me tomó del cabello porque sin darme cuenta acompañaba el movimiento, empujando para que lo aceptara por completo. Era especialmente ancho y me costaba mover la lengua dentro de la boca. Salivaba profusamente y sentía cómo se empapaba un leve vello púbico que seguramente se mantenía con algún método depilatorio. Detuve la succión y le pedí que estuviera atento por si alguien se aproximaba y que me avisara si estaba por eyacular. Marcos me rogó que no me detuviera.

Aceleré el ritmo y noté cómo se unía al movimiento empujando con su cadera. Ansiosamente quería gemir, pero con la boca ocupada apenas podía emitir un leve sonido entrecortado.

Durante el movimiento, en ciertas ocasiones percibía sus testículos cerca de mi mentón y notaba cómo sus caderas se movían con mayor rapidez. Me estaba penetrando la boca. Me colmaba. Me preguntaba cómo sería sentirlo adentro.

Comencé a percibir el sabor de unos fluidos en mi boca que ya presagiaban lo que estaba por venir. Marcos empezaba a jadear y todo aquello me excitaba aún más. Comenzó a moverse más rápidamente y me advirtió que no podría resistir mucho más. Levanté mi cabeza y seguí acariciándolo. Su miembro estaba empapado de saliva y mi mano resbalaba como si estuviera untada en aceite. Me acerqué a sus labios y lo besé. Le pregunté si quería eyacular en mi boca y me confesó que llevaba tiempo sin masturbarse. Esa revelación me excitó mucho y me di cuenta de que no habíamos previsto nada. No tenía pañuelos a mano, así que me acerqué nuevamente a su pene, le pedí que eyaculara, lo introduje levemente en mi boca y comencé a sentir sus descargas. Percibí sus pulsaciones mientras mi boca se llenaba con su semen mezclado con mi saliva.

Tragué como pude mientras seguía eyaculando y su cuerpo se agitaba. A pesar de haber tragado varias veces durante su orgasmo, cuando sentí que había terminado, tuve que voltearme, abrir la puerta y escupir lo que quedaba en mi boca. Aún podía sentir el sabor y el olor de su semen en mi boca. Hacía mucho tiempo que no experimentaba eso.

Marcos intentó disculparse al verme escupir, pensando que lo había hecho incómodo, y me reí. Le respondí que no estaba acostumbrada a comer chocolate "lácteo", pero que me había parecido muy sabroso. Ambos volvimos a reír.

Estaba a punto de buscar pañuelos en mi bolso cuando sentí su mano deslizarse bajo mi falda, entre mis muslos. Con restos de semen en mi boca, lo miré. Separé levemente mis piernas y percibí como sus dedos intentaban entrar en mis braguitas, apartándolas. En ese momento no pude contenerme y suspiré, seguido de un leve gemido de placer, pero coloqué mi mano sobre la suya, deteniéndolo, y le dije que no podíamos hacerlo allí, ya que en cualquier momento podía aparecer alguien y además necesitaba estar más excitada. No era tan joven como él, y aunque en ese momento me sentía muy ardiente, tuve que decirle que si me penetraba así posiblemente no lo disfrutaría. Le dije que necesitaba algún tipo de lubricante íntimo y por un instante me sentí la mujer que realmente era, una mujer de más de cincuenta años. Bajé la mirada y noté cómo retiraba su mano de mí, solo para introducir sus dedos en la boca, chuparlos y acercarlos de nuevo a mis muslos.

Esto me dio confianza nuevamente y cuando sentí cómo los introducía lentamente en mi vagina, me pegué al asiento y tuve que taparme la boca para no gemir. Abrí mis piernas tanto como el espacio del vehículo me permitía y me moví un poco hacia abajo, pensando que así estaría más accesible, y no me equivoqué, ya que sus dedos se adentraron un poco más. Tuve que volver a taparme la boca, pero comencé a soltar pequeños gemidos al sentir sus dedos moviéndose dentro de mí. Aunque al principio percibí una leve falta de lubricación natural, cuando empezó a jugar con ellos dentro de mí me sentí más excitada, más cómoda y más segura de que esos dedos me harían llegar al orgasmo.

Comenzó a moverlos de adelante hacia atrás, inicialmente despacio y luego aumentando la velocidad y la intensidad gradualmente. Ya no podía ocultar mi placer, jadeaba y gemía apenas tapándome con el brazo. Intentaba contraer los músculos de mi vagina, pero me resultaba imposible. Mi cuerpo solo me pedía seguir moviendo la cintura para facilitar la penetración.

Con la punta de sus dedos. Sujeté con fuerza mis senos y los apreté mientras percibía el roce de su mano explorando la parte interna de mis muslos y abriéndose paso entre mis labios. De vez en cuando, Marcos retiraba sus dedos y los llevaba a su boca, lo cual me excitaba sobremanera. En esos instantes, soltaba mis senos y apartaba mis braguitas, ansiosa de que continuara sin demora.

No sé cuánto tiempo transcurrió de esta manera hasta que retiró parcialmente sus dedos y comenzó a acariciar suavemente mi clítoris, que en ese momento debía estar sumamente inflamado, provocándome una sensación de placer desenfrenado. Mientras me estimulaba desde dentro con su dedo corazón, con el pulgar acariciaba delicadamente los pliegues de mis labios. Podía sentir cómo se contraían y se tensaban los músculos de mi abdomen, cómo un intenso calor se apoderaba de mí. Me apretaba con fuerza los senos, pellizcaba mis pezones, pero nada de eso calmaba mi deseo de que me despojara de la ropa y me penetrara hasta saciar mis ansias, sin reprimir mis gritos, sin ocultar el placer que me estaba proporcionando.

No puedo explicarlo, fue algo sumamente peculiar. No me había sucedido antes, ni se ha vuelto a repetir, pero sentí que fracciones de segundo antes de llegar al orgasmo, mi mente se desconectó de mi cuerpo, como si se distanciara, como si fuera ajena a mi parte física, y ocurrió justo antes de empezar a temblar mientras experimentaba un clímax como nunca lo había recordado.

Mis piernas temblaron y se cerraron en torno a su mano. Mi cuerpo se sacudió. Apreté con fuerza mis senos deseando liberarme de la ropa y posiblemente, grité. Solía ser bastante expresiva... pensé que ya había olvidado eso.

Fue espectacular, pero cuando pasó... me invadió una fuerte sensación de culpabilidad.

Escribo hoy, a punto de finalizar el año, y al hacerlo siento un estremecimiento recorrer mi piel al rememorar aquel día.

¡Disfruten de la vida, todas y todos!

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