En ese momento, venía con un individuo conocido de la familia llamado Marcelino de un viaje que nos llevó a recorrer tres estados del sudoeste de este país. Prácticamente pasamos 24 horas conduciendo y las últimas seis las conduje yo para que Marcelino descansara, ya que él tenía que levantarse temprano para ir a trabajar por la mañana. Llegamos alrededor de las dos de la madrugada y Marcelino me pidió que me quedara a descansar en su apartamento, a pesar de que mi casa estaba a solo 25 minutos en motocicleta a esa hora de la mañana, ya que la había dejado estacionada en los apartamentos donde vivía Marcelino con su esposa y su hijo pequeño.
Al llegar a su apartamento, su esposa se despertó y salió con una bata para darme unas almohadas y preparar el sofá como cama. Marcelino me ofreció una cerveza, argumentando que después de conducir tanto, un par de cervezas nos ayudarían a relajarnos y dormir plácidamente. Pareció funcionar para Marcelino, pero no para mí, ya que desde que llegamos, él parecía agotado. Patricia, su esposa, mencionó un medicamento para las alergias que ella tomaba y que yo también había tomado anteriormente, y que de verdad me hizo dormir profundamente. Me dio un paquete con dos pastillas y, sin pensarlo dos veces, me las tomé. No pasaron ni veinte minutos cuando empecé a sentir los efectos de la medicación y me quedé dormido a pesar del calor que hacía, dado que nos informaron que el aire acondicionado no funcionaba del todo bien. Así que Marcelino me prestó unos pantalones cortos deportivos y me acosté en el sofá cama.
Estaba tan exhausto y mareado por la pastilla que apenas percibí cuando Marcelino se preparaba para ir a trabajar. Se fue y solo quedaron Patricia y su hijo de tres años en ese entonces. Patricia, que en ese momento tenía 23 años, diez años menos que Marcelino, siempre se vestía de forma provocativa. Tenía un rostro atractivo, redondo y achinado. Siempre la vi maquillada, y cuando no llevaba minifaldas, usaba pantalones cortos extremadamente ajustados, ya que parecía gustarle mostrar sus bien formadas piernas. Tenía unas piernas gruesas y un trasero muy potente. Nunca la vi como una opción para mí, pues estaba casada con un amigo de la familia.
Escuché la televisión encendida y Patricia me sugirió que si quería descansar mejor, fuera a la habitación donde habría silencio. No dije mucho, me sentía como en un estado de somnolencia y apenas recuerdo cómo me levanté y ella me guió a su habitación. Llegué a la cama y volví a caer rendido por el sueño, en gran medida inducido por los efectos del medicamento para la alergia. Recuerdo que soñé una y otra vez lo mismo, como cuando uno tiene fiebre, y eso es lo que más recuerdo y lo difuso de lo que voy a contar ahora.
En ese momento, me pareció como un sueño o tal vez mi subconsciente trataba de retenerlo, negándose a aceptar la realidad. De repente, sentí humedad en mi pene y el calor de unos labios que rodeaban mi glande, de una manera delicada, como si alguien me estuviera practicando sexo oral. Desperté y vi la cabeza de Patricia entre mis piernas, que solo había desplazado un lado de mi pantalón corto y mi ropa interior, y me estaba practicando sexo oral. No sé cuánto tiempo había pasado, pero sentí que mis testículos se contraían lentamente y que eyaculé en la boca de Patricia, quien, supongo, se tragó mi semen. No reaccioné mucho y los espasmos que recorrían mi cuerpo me relajaron aún más, hasta que creo que volví a dormirme.
No sé qué más hizo Patricia, pero aquella sensación de humedad y el calor de su boca en mi pene fueron tan relajantes que no quería que esa sensación agradable terminara. Probablemente me quedé dormido, ya que cuando volví en mí, eran las 12 del mediodía. Me levanté sintiéndome como si tuviera resaca.
Patricia me sugirió que tomara un baño antes de irme a casa y que me prepararía algo para comer. Acepté, pensando que un baño con agua fría me ayudaría a despertar completamente. Entré al baño y vi las bragas de Patricia colgadas en las puertas de la tina, desprendiendo un olor a feromonas que me atrajo. Por instinto, las llevé a mi nariz y noté que estaban ligeramente húmedas, como si las hubiera dejado a propósito para que fantaseara con ella. En ese momento recordé haberla visto practicándome sexo oral, pero estaba tan confundido que no sabía si había sido real o solo un sueño. Me bañé, me vestí y al salir, ella me ofreció un café.
Nunca había sido muy cercano a Patricia, ya que solía verla de vez en cuando, estábamos más acostumbrados a la presencia de Marcelino, un hombre muy servicial. Sin embargo, en ese momento del desayuno, Patricia estaba claramente coqueteando conmigo. Llevaba una bata que dejaba al descubierto parte de sus pechos cuando se agachaba, y su aspecto sensual habría cautivado a cualquiera, pero en mi mente siempre estaba Marcelino. A pesar de sus intentos de provocarme, yo solo quería irme de allí lo más rápido posible. Ante mi falta de respuesta, Patricia me preguntó directamente:
-¿No te gusto? ¿No te gustan las mujeres? -dijo, con un pecho al descubierto y la bata entreabierta, sin bragas.
-Me gustan las mujeres, y te aseguro que si no estuviera tu hijo presente, estaría teniendo relaciones contigo en este momento -respondí.
-¡Vamos al cuarto! -me dijo.
-¿En la cama donde duermes con tu marido? Tampoco -contesté.
Al ver que me levantaba de la silla, Patricia me tomó de la cintura con confianza y sugirió: -Déjame hacerte sexo oral de nuevo... creo que te va a gustar más ahora que estás completamente despierto. En ese momento supe que no había sido un sueño, que era real la imagen de ella practicándome sexo oral y la sensación posterior. La miré seriamente a los ojos, y decidió ponerme una mano en el hombro, pero me aparté y me fui en mi moto. Aunque tuve un dilema interno sobre contárselo a Marcelino, opté por olvidarlo y evitar problemas. Nunca volví a ese apartamento, a pesar de las invitaciones de Marcelino e incluso de los intentos de Patricia.
Con el tiempo supe que se habían separado y también descubrí que el hijo no era de Marcelino, ya que él mismo me lo confirmó en una conversación. Marcelino la conoció cuando ella ya estaba embarazada y por solidaridad la dejó vivir en su apartamento. Una noche, bebiendo juntos, Marcelino me hizo una pregunta inesperada:
-¿Tuviste relaciones también con Patricia?
-¿Por qué lo preguntas?
-No lo pregunto... ¡ella me lo confesó! Tony... no lo tomaré a mal... sabía cómo era Patricia.
-Te mintió entonces... nunca tuve nada con Patricia, pero siendo sincero, te contaré una experiencia que creí fue un sueño confuso.
-Te creo... ¡vaya mujer! -concluyó él.
Esa noche me contó que la encontró siéndole infiel en su propia cama mientras el niño miraba la televisión. Siempre desconfió de ella, ya que se vestía de manera provocativa y tenía un cuerpo atractivo con una cara angelical. Un día, volvió temprano del trabajo y la descubrió con otro hombre. Afortunadamente, Marcelino nunca reconoció al hijo como suyo y cuando su contrato de alquiler terminó, ella mostró su verdadera personalidad. Una vez la vi trabajando en un club de striptease y pude confirmar su físico y su actitud. Me acerqué a la tarima y ella pareció reconocerme, dejándole un billete de dólar en las bragas que llevaba puestas.
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