Hola a todos, me llamo Carina y tengo la piel morena, el cabello negro, senos grandes, cintura ancha, caderas anchas y un trasero de buen tamaño, aunque soy baja de estatura. Siempre me han dicho que me parezco a mi madre.
Un fin de semana, mi madre se fue de viaje con sus amigas y no estaría en casa, mientras que mi padre había ido al cumpleaños de un amigo suyo. Yo me quedé viendo la televisión hasta tarde. Cerca de la medianoche trajeron a mi padre, quien estaba ebrio. Afortunadamente, él es tranquilo cuando bebe, pero se excita. Le saludé y me devolvió el saludo, dirigéndose a su habitación.
Apenas podía caminar correctamente por lo movedizo que estaba, me levanté y fui a ayudarlo. Al ponerme frente a él, me abrazó con fuerza pero de manera tierna, y me dijo: "Hueles muy bien, cariño". Me pareció lindo que dijera eso, hasta que sentí sus manos deslizarse bajo mi falda, apretando mis glúteos. Le dije "Oye, no...", pero no me dejó hablar, introduciendo su lengua en mi boca y juntando sus labios con los míos.
Intenté apartarlo con las manos y, por curiosidad, toqué su entrepierna, la cual mostraba una gran erección. Metió sus manos bajo mis bragas y comenzó a estimularme con dos dedos. Fue tan sorpresivo que empecé a gemir, retiró sus dedos y me levantó para llevarme a su habitación. Me tiró en la cama de forma seductora mientras se desvestía. Nunca había notado bien el cuerpo de papá porque siempre llevaba ropa holgada, pero se veía bastante bien para su edad.
Se desnudó y vi su miembro erecto mientras me hacía señas para que me acercara. Pensé en dejarlo allí e irme a mi habitación, pero verlo tan excitado también despertó algo en mí, además de que había pasado un tiempo sin mantener relaciones sexuales. Me acerqué a él y nos besamos de nuevo. En un instante, me quitó el top, la falda y las bragas, dejándome desnuda. Me puse nerviosa al estar frente a él desnuda, pero no le importó y de inmediato comenzó a lamer mis senos diciendo: "Redondos y suaves, mi amor".
Tomé su miembro lentamente y lo acariciaba cuando me dijo: "Te siento más bajita, nena". Me separé unos segundos y me puse unos tacones de mi madre. Regresé a él y, segundos después, dejó de lamer mis senos y me hizo arrodillar con su mano detrás de mi cabeza, acercando su miembro a mi rostro. En ese momento, ignoré que era mi padre y comencé a lamer todo su miembro con sus dedos entre mi cabello. Apenas llegué a la punta, lo introdujo lo más profundo que pudo en mi boca, diciendo "Así, traga más, mami", mientras me cortaba la respiración. Mis ojos se levantaron para mirarlo, excitada por el placer.
Permaneció de esa manera hasta que pudo penetrar mi garganta un poco más profundamente, sacándola y permitiéndome respirar, escupiendo el exceso de saliva al suelo. Me acarició la mejilla, me dio la mano para levantarme y se acostó en la cama boca arriba.
Me preocupaba que me reconociera durante el acto sexual, así que decidí montarlo dándole la espalda. Iba introduciendo su miembro lentamente mientras me acostumbraba, y me dio una fuerte nalgada, haciéndome gemir fuerte. Con la misma mano, me bajó más, introduciendo una buena parte de su miembro de golpe. Seguramente para mamá era normal, pero para mí, cada centímetro era nuevo. Me quedé quieta unos segundos, temblando y gimiendo suavemente.
Bajé hasta tenerlo completamente adentro, abrí mis glúteos y comencé a moverme. Mientras él me llenaba de nalgadas y decía cosas como: "Hoy estás más apretada, amor", "Muévete, mami", o expresiones más subidas de tono, no me importaba tanto lo que decía, pero disfrutaba sentir su miembro dentro de mí, marcándose en mi vientre en cada embestida. Me vi en el espejo de enfrente cabalgando sobre el miembro de papá y me hice un gesto con el dedo mientras seguía disfrutando.
Mientras lo hacía, tomó las puntas de los tacones y levantó mis piernas, dejándome solo apoyada en mis...
Flexioné las rodillas, lo cual me resultaba complicado, obligándome a elevar más las caderas. Repentinamente, perdí el equilibrio hacia adelante y su pene se deslizó fuera de mí. Al voltear a mirarlo, él se sentó y me susurró: "Quédate así, mi amor". Separó mis glúteos y penetró de nuevo con fuerza, moviendo sus caderas de manera salvaje y gimiendo tan fuerte que me vi obligada a morder las sábanas para contener mis propios gemidos, comprendiendo finalmente por qué mi madre solía jadear con tanta intensidad.
Elevé ligeramente las caderas, sintiendo cómo sus caderas chocaban sin descanso contra las mías, mientras recibía nalgadas y arañazos de su parte, al mismo tiempo que él murmuraba: "Hoy estás muy estrecha, amor". Aunque en realidad no contraía mi vagina, la sensación se debía a lo profundo que su miembro me penetraba. Mis gemidos eran incontenibles y mi rostro reflejaba todo el placer que experimentaba. Aunque nos besábamos, cerramos los ojos y su mirada se perdía en otro lugar. En un instante, se retiró y colocó su pene entre mis nalgas, apretándolas mientras se masturbaba con ellas.
En esos momentos, sentí alivio. Permaneció así unos instantes antes de introducirlo de nuevo hasta el fondo. Me besó, su pecho rozaba mi espalda, una de sus manos acariciaba mis pechos y la otra descendía para estimular mi clítoris, que también era golpeado por sus testículos. Sus embestidas fueron tan intensas y rápidas que me dejaron petrificada, gritando de placer y empapando la cama con mis fluidos, mientras él susurraba al oído: "Has tenido un orgasmo rápido, amor".
Y así era, acababa de experimentar un intenso clímax. Me recosté de lado, elevando una pierna sobre su hombro, y él continuaba moviéndose. En ese momento, pensaba que si descubría que era su hija, actuaría con más dureza. Ambos estábamos sumidos en un placer profundo. Después de unos minutos, su pene empezó a palpitar con fuerza, lo vi agitado y anunció: "Me estoy corriendo". Le pedí que lo hiciera fuera de mí, y él asintió con la cabeza.
De repente, retiró su miembro de un solo movimiento. Cerré los ojos, preparándome por si salpicaba, pero en su lugar, me recostó boca arriba y volvió a penetrarme hasta lo más profundo. Abrí los ojos y, antes de poder decir nada, me regaló un beso apasionado y una serie de embestidas intensas que me hicieron perder la compostura. Pasó sus manos por debajo de mis brazos y rodeó mi cabeza, mientras su semen se derramaba en las paredes de mi vagina.
Al terminar, se disculpó: "Perdóname, amor, estabas deliciosa hoy". Entre jadeos, yo le respondí: "Está bien, papá". Retiró su pene y se acurrucó a mi lado, abrazándome. En silencio, me levanté, recogí mi ropa y me dirigí a mi habitación, donde me dormí. A la mañana siguiente, alegó tener dolor de cabeza y, afortunadamente, no recordaba nada. Aunque no estoy segura de que sea cierto, pues desde esa noche, he notado que me mira de forma distinta.
Bueno, este es mi relato. Aunque fue algo inesperado, resultó placentero. Ahora, me pregunto si debería proponerle repetir la experiencia. ¿Qué opinan ustedes? Gracias por leer. ¡Hasta luego!
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