Desde hace bastante tiempo, he sentido una atracción muy intensa hacia la esposa de un amigo, deseándola secretamente desde aquel día en que un roce casual de sus hermosos pechos con mi brazo se prolongó de manera inolvidable durante unos minutos, manteniéndonos cerca el uno del otro para que su entonces novio, también presente en aquella fiesta, no se diera cuenta.
Por las miradas cómplices y las sonrisas sugerentes que intercambiamos cada vez que nos encontramos con nuestros amigos, creo que la atracción es mutua, y que ella siente lo mismo por mí que yo por ella.
Nunca antes había deseado tanto a alguien como a María José; la conexión que siento con ella provoca que experimente un cosquilleo en todo el cuerpo cuando nuestras miradas se encuentran fijamente. A veces parece que el tiempo se detiene por un instante, y nuestros ojos se quedan fijos el uno en el otro, con complicidad pero con la intensidad propia de dos personas adultas que se desean apasionadamente en secreto.
Llevamos años jugando a este juego peligroso que nos atrae a ambos, como si nuestras miradas fueran infieles con respecto a nuestras parejas, excitándonos mutuamente con tan solo vernos, esperando a ver quién cede primero en desviar la mirada. Es como una especie de juego de seducción visual en el que podríamos decir que nuestras miradas son de algún modo adúlteras. Así han pasado los años, entre roces intencionados pero disimulados, miradas fijas y sonrisas pícaras.
Recientemente, en esa noche todo transcurrió como de costumbre, con una cena llena de anécdotas ya conocidas y las copas habituales. María José y yo nos buscábamos con la mirada, como siempre, pero manteniendo las apariencias.
Después de un par de copas tranquilas, algunos amigos decidieron irse a casa, mientras que otros optamos por cambiar de ubicación a un lugar más animado. Al caminar hacia el nuevo local, que estaba a unos diez minutos de distancia, el marido de María José y yo decidimos mover el coche a un sitio más cercano. En el camino, María José y yo nos quedamos rezagados y, en un rincón apartado, ocurrió lo inevitable.
MJ: Creo que nos hemos quedado atrás
Y: Sí, parece que han tomado otro camino
MJ: Me duelen los pies, creo que los zapatos me hicieron una herida
Y: Déjame ver (agachándome para quitarle uno de sus zapatos)
Apoyada en la pared, le sostuve el pie con cuidado, acariciándolo suavemente, y después de examinar la herida le dije
Y: Tienes una leve rozadura en el talón, ¿te duele?
MJ: Sí, me escuece un poco
Y: Si no tienes una tirita en el bolso... (seguí acariciando su pie)
MJ: No llevo... pero... aaah... me calma lo que estás haciendo
Y: No deberíamos quedarnos aquí toda la noche (sonriendo y mirándola fijamente a los ojos desde abajo)
MJ: A mí no me importaría (sonriendo de manera cómplice, transmitiendo algo más)
Me levanté lentamente después de ponerle de nuevo el zapato, sin dejar de mirarla a los ojos, y la conduje un poco más adentro del oscuro portal para resguardarnos de posibles transeúntes, acercándome cada vez
Estuve a su lado, acercándome lentamente a su cuerpo hasta que nuestros labios se juntaron en un apasionado beso, donde nuestras lenguas se entrelazaron. Mis manos acariciaban su espalda y costados, mientras deslizaba mi lengua por su cuello, provocando gemidos continuos en ella.
Sus gemidos aumentaban de placer cuando introduje mi mano por debajo de su falda, llegando a sus bragas y acariciando su vello púbico. Con cuidado, comencé a estimular su área íntima, escuchando sus susurros de satisfacción.
"¡Sigue así, por favor... no pares!" - decía entre jadeos.
"María José... ¡Siempre he deseado esto!"
"¡Yo también! ¡Qué bien me tocas!"
Tomando impulso, la levanté levemente y comencé a estimularla con pasión. Mi boca recorría cada rincón de su intimidad, centrando mi atención en su clítoris, mientras ella alcanzaba el clímax.
"¡Sigue, no pares! ¡Me corro!" - exclamaba con fuerza.
El instante fue tan excitante que me embriagué de placer. Sin embargo, sabía que no era el momento ni el lugar adecuado para continuar. Nos besamos con intensidad, con su sabor impregnado en mi boca, y ella me confesó al oído su deseo de repetirlo.
"Jamás había sentido algo así... espero que repitamos."
"María José... sabes cuánto te deseo. Espero volver a... "
"Las mismas ganas tengo, amor mío" - dijo tapándome la boca.
Para mi sorpresa, María José se despojó lentamente de sus bragas, ofreciéndomelas como un recuerdo de nuestro momento. Agradecido, guardé ese detalle como un tesoro.
"Será un recuerdo imborrable de este momento" - le aseguré.
"Me encantas, me pones..." - me dijo, sonriéndome.
Más tarde, camino al siguiente destino, fuimos como dos enamorados, con miradas cómplices y la complicidad de lo sucedido. La noche transcurrió con ese recuerdo palpable en mi bolsillo, sabiendo que María José ya no llevaba bragas y que nuestro deseo había crecido aún más después de esa experiencia inolvidable.
Continuará...
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