Encuentro fallido culmina en encuentro íntimo intenso


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Karina, una joven habitual de una localidad, estaba estudiando en la metrópolis. Con 21 años, piel clara, pecho voluminoso, cintura atractiva y un trasero grande y firme. Sus brazos tenían tatuajes, su cabello era castaño y ondulado, medía 1.63 metros de estatura y sus labios eran carnosos; cualidades que la hacían sumamente atractiva para cualquiera, aunque ella no se sentía atraída por cualquier persona.

Sus padres la habían enviado a continuar sus estudios ya que tenía el anhelo de convertirse en doctora y, por ende, no podía trabajar para mantenerse económicamente, pero afortunadamente eso nunca supuso un problema; dado que sus padres contaban con los recursos suficientes para costearle un apartamento y enviarle dinero para sus gastos. Asimismo, ella correspondía a esto con excelentes calificaciones y siendo una chica dedicada —o al menos así lo creían ellos.

A pesar de ser una joven aplicada, era inevitable experimentar deseos sexuales. Aunque Karina intentaba contrarrestar el estrés de sus estudios con largas noches de pornografía y juguetes eróticos, estos le ofrecían cierto alivio pero sabía que eventualmente necesitaría la presencia de otra persona para satisfacer sus apetitos carnales.

Anhelaba volver a disfrutar de la compañía de un hombre con una erección potente y venosa, que la sujetara con firmeza y la penetrara sin inhibiciones. Había pasado mucho tiempo desde que experimentara el placer de un orgasmo provocado por alguien que no fuera ella misma o alguno de sus juguetes sexuales.

El inconveniente radicaba en que los jóvenes que conocía no cumplían con sus expectativas, y ella no estaba dispuesta a conformarse con cualquiera. Por este motivo, decidió descargar una aplicación de citas y comenzar su búsqueda.

Justo cuando estaba a punto de rendirse, se topó con un joven que le resultó sumamente atractivo. Se llamaba Axel, tenía 23 años. Un joven delgado, con músculos marcados, tez clara, cabello rubio y desenfadado. Lucía sensual y ella deseaba conocerlo más de cerca.

Después de hacer "match", tras unos días de conversaciones, acordaron encontrarse el martes en un bar cercano al apartamento de Karina. La ocasión era perfecta, ya que esa tarde había enfrentado un difícil examen para el cual se había preparado durante semanas y finalmente lo superó con éxito.

Ella buscaba saciar su apetito sexual y liberar el estrés con uno de los pocos jóvenes que cumplían con sus expectativas. Se imaginaba cómo sería el encuentro, se ilusionaba con experimentar un placer intenso, de esos que duelen pero se disfrutan a plenitud.

La decepción fue inmensa cuando, luego de una conversación de al menos treinta minutos en el bar, se percató de que Axel era el típico joven engreído e inmaduro que se creía el mejor de todos. Toda la charla giraba en torno a él y sus gustos superficiales. Karina se limitó a terminar su bebida y cuando él sugirió ir a "un lugar más tranquilo", ella le rechazó amablemente y le pidió que pagara la cuenta, indicándole que podrían encontrarse en otra ocasión. Él no insistió y se marchó.

Allí quedó ella, resignándose a otra noche de autoerotismo y soledad, perdiendo la esperanza de encontrar a un hombre que la satisficiera como deseaba... sin embargo, ocurrió algo parecido a un milagro, cortesía de los dioses del placer carnal.

El camarero que la había atendido le preguntó si deseaba algo más, ella solicitó la cuenta y lo observó detenidamente: era un hombre negro, alto y fornido; similar a los protagonistas de las películas para adultos que la acompañaban en sus noches solitarias. El contacto visual entre ambos duró unos instantes, seguidos de una sonrisa cómplice mutua. Él dejó la cuenta en la mesa y Karina aprovechó para, además de abonar y dejar una generosa propina, apuntar su número de teléfono.

Ligeramente ebria, regresó a su apartamento y pocos minutos después, recibió un mensaje:

"Hola, soy Carlos, el camarero del bar. Hemos cerrado; ¿te gustaría tomar algo?"

Ella respondió de inmediato, ofreciéndole la posibilidad de ir a su apartamento para disfrutar de unas copas allí sin ningún inconveniente. Diez minutos después, Carlos estaba llamando a su puerta.

Lo que sucedió a partir de entonces fue una experiencia...

Se instaló en la sala, mientras ella trajo un vino que abrieron y comenzaron a conversar.

Él le compartió que era descendiente de inmigrantes africanos, llegó al país siendo niño y compaginaba su labor en el bar con sus estudios universitarios. A ella le fascinaba su personalidad, era muy divertido pero también inteligente y además su resguardo físico la excitaba enormemente.

Después de un tiempo, se acercaron más y la charla fue adquiriendo otro matiz. Él dio el primer paso y la besó, ella respondió con naturalidad.

Las manos rugosas de Carlos recorrían el cuerpo de Karina, despojándola de sus ropas, mientras los besos y las caricias se volvían más intensos. Ella se encontraba desnuda, él se desplazó para practicarle sexo oral.

Karina gimió de placer mientras la lengua ancha y húmeda de él exploraba su entrepierna.

Ella no pudo contenerse y al combinar los lametones con la estimulación del punto G con los dedos, experimentó un orgasmo como nunca antes, a ese orgasmo le siguieron dos más.

Pero lo mejor aún estaba por venir. Él se levantó y empezó a quitarse la ropa. La camisa salió despedida, dejando al descubierto sus fornidos músculos; luego se deshizo del pantalón y la ropa interior, en ese momento Karina vio algo que nunca imaginó presenciar en persona.

El pene de Carlos parecía una extremidad adicional, algo que ella consideraba que solo existía en las películas para adultos que solía ver en sus momentos de soledad, era impresionante.

Negro, muy oscuro; las venas resaltaban, era grueso y muy largo, de alrededor de 23 centímetros. Ella ardía de excitación, su entrepierna se humedeció.

Se abalanzó sobre el miembro descomunal de su amante y comenzó a practicarle sexo oral como nunca antes lo había hecho. Se tomaba como un desafío lograr introducir la mayor parte posible de ese miembro en su boca.

Llegaba hasta donde podía y aún le sobraba espacio para acariciar ese enorme miembro con ambas manos. Lo estimulaba masturbándolo mientras lo succionaba y lo empapaba de saliva, mientras su entrepierna chorreaba de deseo.

Llegó el momento decisivo, ya no podía aguantar más; ansiaba sentir todo ese pene dentro de ella.

"Por favor, cógeme sin piedad. No te contengas", le solicitó mirándolo a los ojos. Él la recostó en el sofá y comenzó a introducir poco a poco su enorme miembro hasta la mitad, para luego penetrarla por completo de golpe, con una fuerza que ella nunca había experimentado. El dolor fue intenso, pero también el placer.

Sentía que estaba traspasando una barrera, comprendía que más allá del dolor se encontraba el verdadero placer. Las embestidas del hombre eran salvajes, provocando que el sofá golpeara contra la pared y el sonido de ambos cuerpos chocando resonara en todo el departamento, acompañados de los gritos de placer de la mujer que estaba siendo satisfecha.

Ella no lograba comprender cuánto placer le generaba tener semejante miembro dentro de ella, cada entrada y salida era como un renacimiento, pero ese dolor le producía un placer desconocido hasta entonces.

"Golpéame, escúpeme, asfíxiame... HAZME GOZAR", clamaba como poseída. Él satisfacía sus deseos.

Nalgadas que le dejaron las nalgas enrojecidas durante días, tirones de cabello que la dejaban desarreglada y asfixias intensas que la dejaban sin aliento; formaban parte de las acciones que le ofrecía el caballero mientras le destrozaba la vagina.

En un momento la levantó y la presionó contra la pared, allí la asfixió fuertemente con una mano hasta que ella cayó al suelo, casi desmayada. La despertó de un bofetón que resonó con un golpe seco para volver a situarla de pie. Repitió esto unas 4 o 5 veces. Ella disfrutaba intensamente.

Tumbada en el suelo, la agarró del cabello y la arrastró hasta la habitación, una vez allí la alzó con una mano aún sujetándola del cabello y la arrojó con violencia a la cama. Ella quedó boca abajo, apenas comprendía lo que estaba sucediendo. Ya había experimentado tantos orgasmos que había perdido la cuenta, sintió como él se colocaba sobre

Ella lo penetraba con intensidad y lo embestía mientras lo asfixiaba, apretando su cuello con firmeza, asegurándose de que sintiera la presión de su bíceps en su garganta, impidiendo que respirara adecuadamente. El placer que experimentaban ambos era absoluto.

Después de un tiempo, él se levantó, la rodeó con sus manos por la cintura y la colocó en una posición que le permitiera seguir penetrándola de pie, sosteniéndola como si fuera una pluma, envolviéndolo con sus piernas, aunque no era necesario, ya que la fuerza del hombre era tal que la utilizaba como si fuera un juguete.

Ella se sentía utilizada como un objeto, algo que realmente disfrutaba. Podía sentir su enorme miembro entrar y salir de su cuerpo, liberándola del estrés y las frustraciones acumuladas durante días de soledad.

Hasta que él no pudo contenerse más, la arrojó al suelo y eyaculó en su rostro, mientras ella abría la boca para recibir la abundante descarga de semen de Carlos. Lo hacía con tal intensidad que parecía un pozo sin fondo de esperma.

Ingiere lo que alcanzó a entrar en su boca, el resto de la viscosa y pegajosa sustancia permaneció en su rostro, haciendo que su cabello se adhiriera a la piel. Él la dejó en el suelo, tomó sus pertenencias y se marchó.

Ella exhausta, se quedó dormida en el suelo. Al despertar al día siguiente, sintió un dolor intenso en su cuerpo, lleno de moretones, pero al mismo tiempo experimentaba un alivio y placer inigualable.

Informó su ausencia en clases, apenas podía moverse. Con dificultad, se dirigió a la sala, aún desnuda y despeinada, con restos de semen seco en su rostro.

Revisó su teléfono y encontró un mensaje suyo: "Me divertí mucho, zorrita. Esta noche regresaré por más".

Ella sonrió.

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